Fecha de publicación: 22/10/01
Autor: Mike Tidwell
Olvídese de Kyoto. Mike Tidwell explica cómo él y su familia han reducido en un 96 por ciento las emisiones de CO2 en su propia casa.
Es un encantador, ventoso día de otoño, la temperatura alrededor de ocho grados, no hay una nube en el cielo. Pongo el termostato a unos tórridos 22°C, saco una cerveza fría del refrigerador mientras veo en la televisión un partido de fútbol americano. Después tomaré un baño caliente, humeante, mientras escucho un CD de música clásica. Sencillamente otro glorioso día de vida Occidental moderna -despilfarrando energía-llevando inexorablemente a un incontrolado recalentamiento global, ¿no es así?
Pues no. Todo excepto una diminuta parte de mi presupuesto de energía de la casa viene de fuentes renovables, no productoras de CO2. La electricidad llega de las placas fotovoltaicas en el tejado, la calefacción de una estufa controlada por termostato que quema las panojas de maíz y calienta mi casa entera, y el agua caliente de un panel en la azotea que convierte la luz del sol en calor infrarrojo.
Obviamente, yo soy un hombre muy adinerado para poder permitirme el lujo de tales cosas extravagantes. Todos sabemos que existen tecnologías de energía renovable increíblemente eficaces. El problema es que el ciudadano medio -las personas que tienen que cambiar si queremos estabilizar el clima- sencillamente no puede permitirse el lujo de comprarlas. ¿No es así?
Pues otra vez no. Soy una persona de clase media, escritor por cuenta propia con un hijo de cuatro años. Ningún tío rico se murió, permitiéndonos a mi esposa Catherine y a mí volvernos unos tecnoempollones autoindulgentes. Y no dilapidamos los ahorros de años para hacer este sueño realidad. Nosotros hicimos todo nuestro cambio energético abruptamente, dentro del último año, y ahora estamos gastando la redonda suma de -agarraos fuerte- 9,50 dólares al mes para amortizarlo. Eso es todo. Por 31 centavos al día en nuestra casa no dañamos casi nada al planeta. Y estas son las noticias par todos: la mayoría de estas tecnologías que pueden salvar el planeta están ahora mismo disponibles y son asequibles económicamente para cualquiera que investigue un poco, pida prestada una modesta suma de dinero, y gaste ese dinero sabiamente.
Para Catherine y para mí, la bomba de los resultados del informe del pasado enero del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) nos impulsó a diseñar nuestra revolución de energía en el hogar. El calentamiento planetario de 5,8°C para 2100 nos horroriza cada vez que miramos hacia abajo y vemos a nuestro hijo inocente jugando a las construcciones en la alfombra. Supimos que los modestos objetivos del protocolo de Kyoto no proliferarían. La mayoría de los científicos cree que las emisiones de CO2 del mundo deben caer en un 80 por ciento por debajo de los niveles actuales para estabilizar el clima.
Así que esto se convirtió en nuestra meta: 80 por ciento. Si nosotros pudiéramos reducir las emisiones de CO2 de nuestra casa en esa cantidad -o por lo menos en un 50 por ciento- habríamos cumplido con nuestra parte. Era lo menos que podíamos hacer en una nación dónde nuestro gobierno sabotea incluso los más modestos esfuerzos internacionales para prevenir el cambio climático. Si nuestros líderes no lo hacen, nosotros los americanos le debemos al resto del mundo el hacer el trabajo nosotros mismos, casa por casa, barrio por barrio.
Así que, Catherine y yo nos propusimos un presupuesto: 7.500 dólares. Eso es lo que gastaríamos, ni un céntimo más. Y siendo de medios modestos, teníamos que pedir prestado el dinero bajo la forma de un préstamo de garantía hipotecaria.
Nuestra primero inversión fue un libro llamado "Homemade Money" ('Dinero Casero') (1), para las personas que quieren ahorrar a través del uso mejorado de la energía. El primer paso, aprendimos, era eliminar el consumo de energía innecesario y usar más eficazmente la energía sin la cual usted no puede vivir. Así que cambiamos nuestras bombillas por otras de bajo consumo, compramos una nevera de muy elevada eficacia (consume menos de la mitad que nuestra anterior nevera de 10 años) y empezamos a secar nuestra ropa tendiéndola en un cuerda. Con éstos y otros cambios sin dolor, incluyendo el no iluminar nunca más un cuarto desocupado, redujimos en un notable 45 por ciento nuestro consumo de electricidad de 3.900 kilovatios/hora en el año 2000 a 2.200 kilovatios/hora.
Con la demanda de electricidad ahora bien ajustada, se hizo posible generar al menos parte de esa demanda con nuestra propia energía solar. Y aquí es donde encontramos la primera de varias grandes y agradables sorpresas: podíamos convertirnos a la energía solar, a lo grande, incluso con un presupuesto muy reducido. Aprendimos rápidamente que nuestro estado (Maryland) ofrece 3.600 dólares para los sistemas fotovoltaicos solares más 1.200 de deducción fiscal. Con el dinero en la mano, nos fuimos a comprar los paneles solares y entonces llegó la segunda gran sorpresa: una organización defensora de la energía solar en nuestra región estaba rebajando enormemente el precio de las placas solares gracias a una subvención del Departamento Americano de Energía. Aprovechando estos dos programas e instalando la mayor parte del sistema nosotros mismos, pudimos repentinamente alcanzar nuestro mayor sueño: 36 placas solares en la cara sur de nuestro tejado generando toda nuestra electricidad.
Increíblemente, al haber alcanzado nuestro objetivo con la electricidad, todavía teníamos casi la mitad de nuestro presupuesto original (7.500 dólares) para utilizar en nuestro próximo gran desafío: teníamos que encontrar una nueva fuente de calor para nuestra casa.
¿Pero que sería? Afortunadamente, una pequeña compañía en Hutchinson, Minnesota contestó a la pregunta. Hace doce años, Mike Haefner, un ex-granjero presidente de American Energy Systems, diseñó la estufa de maíz para calentar las casas modernas. Esta estufa relativamente pequeña y fácil de instalar calienta fácilmente una casa de 2.000 pies cuadrados (la nuestra tiene 1.600) y viene con un termostato para mayor comodidad. La estufa puede almacenar suficiente maíz para funcionar durante tres días en un depósito lateral que ella misma carga con un sistema eléctrico de bajo consumo. Simplemente hay que fijar el termostato a la temperatura deseada y disfrutar del calor.
El hecho de quemar maíz no contribuye casi nada al recalentamiento global. Como toda materia vegetal, el maíz absorbe CO2 cuando crece, y con esta estufa, el maíz se quema tan eficazmente que el CO2 liberado es despreciable. Es más, el maíz es mucho más barato que el gas natural (nosotros ahorraremos más de 500 dólares por invierno) y se encuentra fácilmente incluso por los habitantes de la gran ciudad en las tiendas de alimentación periféricas, la más cercana de mi casa en los suburbios de Washington DC está a 30 minutos. (Actualmente estoy formando una cooperativa con otros quemadores de maíz de mi barrio para comprar a un granjero biológico cercano que hará las entregas.) Y el maíz es una fuente de energía casi interminable. Los estudios muestran que los granjeros americanos pueden hacer crecer 10 veces más maíz del que se necesita para satisfacer todas las necesidades de energía americanas. Es fácil, bueno para los granjeros, bueno para el clima, y ahorra dinero.
Incluso después de todas estas compras (la nevera, las bombillas, las placas fotovoltaicas, la estufa) aun nos quedaba bastante dinero para reducir nuestra última gran fuente de CO2: el agua caliente. Y aquí tuvimos mucha suerte. Mi vendedor local de energía tropezó con un sistema de agua caliente solar usado durante cinco años y en perfecto estado y nos lo vendió e instaló por 1.000 dólares, en lugar de 3.500 que costaba nuevo, cerrando así nuestros gastos a sólo un poco más de 7.500 dólares. El sistema solar precalienta el agua para nuestro calentador de gas natural. Así, en los días soleados, nuestra agua caliente viene del sol y en los días nublados conseguimos la máxima ayuda del sol y entonces los quemadores de gas elevan la temperatura a los 48°C que nosotros deseamos. Así tenemos garantizada el agua caliente durante todo el año.
Conclusión: exceptuando el cocinar con gas natural y calentar nuestra agua en los días muy nublados, nosotros no contribuimos ahora en nada al recalentamiento global a través del uso de la energía de nuestra casa. Hemos reducido nuestra contribución de CO2 estimada de 19,488 libras por año a tan sólo 864, una caída de casi un 96 por ciento. Si cada casa en el mundo industrializado hiciera sólo la mitad de estos cambios que nosotros hemos hecho estaríamos en el buen camino para resolver el problema del recalentamiento global.
A nosotros también nos va muy bien obrando bien. Nuestros cambios nos hacen ahorrar aproximadamente 930 dólares al año. Eso significa 77,50 dólares al mes. El pago mensual por el préstamo de 7.500 dólares es de 87 dólares, una diferencia de tan sólo 31 centavos por día, un precio pequeño para ayudar a conservar el planeta. Y en 10 años, cuando hayamos amortizado el préstamo, los 930 dólares vendrán directos a nuestros bolsillos.
¿Pero dónde está el problema? Seguro que una desvinculación tan abrupta de los combustibles fósiles supone alguna clase de sacrificio oculto.
En realidad no hay ninguno. Sí, dos veces por semana durante el invierno tenemos que recargar la estufa con el maíz. Eso toma aproximadamente cinco minutos. Y puesto que la estufa irradia el calor, una habitación sólo puede calentarse si su puerta está abierta, lo cual significa que si alguien se quiere aislar completamente quizá vaya a sufrir algún escalofrío. A parte de esto, nuestras vidas de comodidad moderna no han sufrido ningún cambio.
Salvo una más cosa: nosotros vivimos ahora con mayor esperanza para el futuro de nuestro hijo y del planeta entero.
Si nosotros hemos podido hacer tales cambios tan rápidamente y por tan poco dinero, el resto del mundo, cuando por fin se decida, podrá hacer lo mismo.
Mike Tidwell es escritor independiente y activista del cambio climático en Takoma Park, Maryland, EE.UU..
(1)'Homemade money: How to Save Energy and Dollars in Your Home', by Richard Heede, Rocky Mountain Institute 1995, $14.95, ISBN: 188317807.