Este pariente cercano de abejas y avispas es, posiblemente, uno de los insectos que menos repulsión suscita entre nosotros. Tienen fama de previsoras, son trabajadoras, disciplinadas y cariñosas con su reina. En fin, súbditas perfectas. Pero ¿y como compañeras de los humanos?
Para empezar, vamos a sentar las bases de este tema. Independientemente de cual sea su relación con nosotros y nuestras “posesiones”, las hormigas se merecen el máximo respeto —como todo aquello que nos rodea— y la mayor admiración —como algunas cosas. Pero esto lo iremos descubriendo a medida que avancemos en el conocimiento de su fascinante universo.
No son dañinas… a veces
Si este artículo cae en manos de algún amigo iberoamericano, va a estar riéndose de nosotros varios días. Y es que por aquellas latitudes las cosas no son exactamente como aquí. Allí las hormigas tienen peor talante y organizan auténticas migraciones de centenares de miles de individuos, perfectamente formados en líneas de cientos de metros, con los soldados en vanguardia y en los costados y la reina y sus cuidadoras en el centro, acompañadas de las hormigas de patas largas que transportan bajo su abdomen a los huevos y larvas. Estas expediciones no se detienen ante nada y son capaces de acabar con la vida de pequeños mamíferos e incluso animales del tamaño de un conejo y hasta una boa.
Las hormigas que conviven con nosotros en España son bastante más pacíficas, en parte porque son más primitivas.
A nuestra imagen y semejanza
Verdaderamente, un juego malévolo puede consistir en establecer paralelismos entre las hormigas y el ser humano. Ya lo hicieron los fabulistas para adoctrinarnos cuando poco conocían aún de estos insectos. Si hubieran sabido que hay hormigas ganaderas, o agricultoras; que unas cosechan miel y que otras esclavizan a otros géneros de hormigas sin las cuáles no podrían existir… ¿qué habrían escrito? Desde luego, el cuentecillo de la Cigarra y la Hormiga, no; en todo caso, El lobo estepario. Presten atención.
El instinto con forma de inteligencia
El hombre, que malamente es capaz de aceptar que su vecino pueda ser más inteligente que él mismo, ¿cómo va a reconocer inteligencia en animales tan pequeños como las hormigas? Para solventar ese problema filosófico por el cual insectos sin carrera son más solidarios con sus semejantes, organizados y trabajadores que nosotros, se ha inventado lo del instinto. Veamos qué es capaz de hacer el instinto de las hormigas.
Las hormigas tejedoras preparan su nido de manera simple, como tejemos los humanos. Una hilada de hormigas mantiene próximos los bordes de dos hojas mientras otra va uniéndolas con el hilo de seda de una larva que sujeta con sumo cuidado entre sus mandíbulas, a modo de aguja e hilo.
Otras hormigas son recolectoras de miel. Son individuos especializados que ingieren grandes cantidades de sustancias azucaradas, distendiendo su abdomen hasta varias veces su peso. Luego se cuelgan del techo de una zona del hormiguero acotada como bodega, donde van sus hermanas a tomar unas “copas” mientras departen amigablemente.
Las hay agricultoras. Son las cortadoras de hojas de Centroamérica. Por supuesto no comen hojas, ¡faltaría más! Las hojas que cortan en pequeños trozos y transportan al hormiguero son para abonar los campos subterráneos de hongos que poseen en cooperativa. Hongos deliciosos que recolectan cuando están a punto y cuyo cultivo mantienen en un estado envidiable de limpieza y salubridad.
Pero las hormigas —como el hombre— también son capaces de lo peor. Hay varias especies que esclavizan a otras hormigas en diferentes grados. Quizá el más acusado sea el de Anergates atratulus, que vive en Europa. La especie carece de obreras, por lo que no hay quién trabaje. La reina penetra en el nido de otra especie, donde sus huevos son criados como propios. Cuando nacen las jóvenes Anergates toman el nido y esclavizan a sus moradoras, las cuáles trabajarán para ellas en lo sucesivo.
En España triunfa la ganadería
Al contrario de lo que nos sucede con el ganado bovino y la cuota láctea, en el mundo de las hormigas españolas, la ganadería tiene un gran futuro. Una buena parte de nuestras hormigas se dedican a la cría y ordeño del pulgón. Pueden llevarlos cuidadosamente a su hormiguero, donde les han preparado unas salas en las que afloran abundancia de raíces. Ahí los colocan y ellos, felices, se dedican a succionar la savia azucarada. Periódicamente, las hormigas les estimulan y los pulgones segregan pequeñas gotas de almíbar que les sirve de alimento. Ni que decir tiene que les cuidan como un ganadero cántabro a su vaca más lechera.
Lo más habitual es que busquen al pulgón y lo ordeñen “in situ”. Y ésta es la razón principal por la cual mucha gente cree que las hormigas dañan el jardín. Advierten una planta debilitada y observan la presencia de hormigas que suben y bajan incesantemente. Pero éstas no hacen absolutamente nada a la planta, no comen sus tallos ni sus hojas. Sólo quieren el néctar de los pulgones, que son los responsables del deterioro de la planta.
Abonan, oxigenan y combaten las malas hierbas
Las hormigas, en nuestro país, son más beneficiosas que perjudiciales. Los hormigueros oxigenan la tierra considerablemente, y la comida que recolectan incesantemente son nutrientes que abonan el terreno, ya que la hormiga recolecta mucho más de lo que necesita. En su afán de arramblar con cada semilla que encuentran, evitan que germinen multitud de malas hierbas… aunque en el “debe” están las que sembramos nosotros y ellas se llevan a su casa. Pero para esto hay solución: cubrir con una fina capa de mantillo nuestra siembra; protegemos las semillas y favorecemos su germinación.
¿Qué hemos de temer?
En nuestras latitudes, nada. Incluso esas diminutas hormigas caseras que aparecen a cientos en nuestro hogar cuando dejamos algún resto de comida, son completamente inofensivas. No dañan estructuras, ni comen plantas, ni destruyen raíces. Por eso, no tienen mucho sentido esas persecuciones a que a veces las sometemos, con polvos insecticidas que vertimos sobre sus hormigueros y sus sendas. La simpática hormiga negra de jardín, la enorme hormiga roja de bosque y la diminuta hormiga doméstica son basureras de lo diminuto y tanto ellas mismas como su trabajo sólo merecen nuestro respeto.