Están entre los insectos más vistosos —con unas tonalidades metálicas e irisadas verdaderamente espectaculares— y más grandes, con longitudes que en algunas especies superan los 11 cm. Tal despliegue no podía dejarnos indiferentes, y se ha traducido en temor.
Pero la libélula y su pariente —el caballito del diablo— no nos pueden hacer nada en absoluto porque no tienen con qué (y, además no quieren). Pero vayamos por partes.
Cada uno en su sitio
Libélulas y caballitos no son lo mismo, ni mucho menos. Aunque pertenecen al mismo orden (Odonatos), y su aspecto es similar, hay notables diferencias que permiten distinguirlos si se quedan un rato quietos (algo no siempre fácil). Las alas de los caballitos (dos a cada lado) son practicamente iguales, mientras que las libélulas tienen las posteriores algo más anchas. Cuando están posadas, el caballito tiene las alas juntas o ligeramente separadas mientras que la libélula las despliega por completo. Los ojos, grandes y facetados en ambos subgéneros, están situados a ambos lados de la cabeza en los caballitos, mientras que en las libélulas están juntos sobre la cabeza. Esta característica hace que las libélulas verdaderas tengan una extraordinaria visión en un ángulo de 360º. De manera que si había pensado en acercarse por detrás para darle un susto a alguna, olvídelo.
El Top Gun de los insectos voladores
La libélula posee uno de los vuelos más perfectos (si no el que más) del mundo de los insectos, lo que equivale a decir del reino animal. Si la más diestra de las rapaces parece un novato con “L” al comparar su vuelo con el de una simple mosca, esa misma mosca frente a la libélula es algo así como usted o yo compitiendo en una carrera de coches frente a Carlos Sainz. No hay nada que la libélula no sea capaz de hacer volando: puede desplazarse decenas de kilómetros en un santiamén, parar casi en seco y permanecer estática el tiempo que desee, subir y bajar en una vertical perfecta y, por si esto fuera poco, volar hacia atrás. Además, sus ojos juntos y situados en lo alto de la cabeza, con más de 30.000 facetas cada uno, le da una visión panorámica total que ya quisiera para sí la cabina elevada y semiesférica de un F16. Vuelan tan bien, que sólo saben volar, siendo incapaces de andar, como hacen muchas especies de insectos voladores.
Las caza al vuelo
Con estas aptitudes, está claro que la libélula no se alimenta de hojas. Caza insectos voladores —moscas y mosquitos— y lo hace en pleno vuelo, algo que sólo de imaginarlo parece imposible (tenga en cuenta que las aves insectívoras cazan “al bulto”, abriendo la boca y capturando con mínimas desviaciones de ruta los insectos que se cruzan en su camino). La destreza de las libélulas es tal, que los naturalistas las pasan canutas para echarles el guante con sus típicos cazamariposas (¡bien por las libélulas!).
A pesar de disponer de una máquina de vuelo tan perfecta, la libélula no tiene armamento a bordo; queremos decir que no tiene aguijón, ni pica: es completamente inofensiva, tenga el aspecto que tenga y mida lo que mida.
Los caballitos del diablo son algo más torpes y más pequeños que sus primas. No tienen esa capacidad de vuelo y de visión, pero tampoco “van armados”, a pesar de tan terrible nombre.
Un largo camino
Para llegar a ser el primero de la clase, las libélulas —como el resto de insectos— pasa su metamorfosis; un camino que comienza en la fase de huevo y termina un año después como insecto adulto. Durante su época larvaria, libélulas y caballitos viven en el agua de estanques y charcas, respirando por branquias, como los peces. Ambos, larva e insecto adulto, se alimentan de lo mismo: la libélula larva de larvas de mosca y mosquito, y la libélula adulta de moscas y mosquitos adultos. Esa dieta y, sobre todo, la voracidad con que las larvas se emplean contra sus similares de mosca y mosquito, son el mejor control de las poblaciones de estos dípteros. Lamentablemente, las campañas de fumigación de charcas y lagunas emprendidas por muchos ayuntamientos terminan, es cierto, con la plaga inicial de mosquitos, pero también perecen las larvas de libélula. A la primavera siguiente, moscas y mosquitos han vuelto a las andadas, con varias generaciones en un corto período, mientras que la libélula, que precisa un año para alcanzar la madurez, no puede regenerarse con tal velocidad. El resultado es que, al no existir ya el control de las libélulas, las plagas de mosquitos van siendo cada vez más virulentas, obligando a realizar fumigaciones a cada temporada. Eso trae consigo en un período más o menos largo la muerte de la charca, un ecosistema de gran valor biológico.
De todas las libélulas descritas por la entomología moderna, se cree que un alto porcentaje ya se ha extinguido.
¿Cuándo fue la última vez que vio una libélula?
Si hacemos esta pregunta a personas que vivan en una ciudad, probablemente no sepan contestar. El colmenarejo tenemos la suerte de verlas, revoloteando en las charcas e incluso en nuestros jardines y parques. Cuando tenga la suerte de ver una, acérquese sin miedo (ya le hemos dicho que es del todo inofensiva) y observe sus grandes ojos y sus brillantes colores. Fíjese en su vuelo. Enséñesela a su hijo, porque es probable que cuando él tenga su edad, las libélulas hayan desaparecido, si no lo remediamos.