Si hay un insecto cuyo carácter hogareño, ligereza, bondad y sutileza en sus minúsculas y delicadas alas de encaje nos pueda recordar remotamente a las hadas buenas de los cuentos, esa es la crisopa. Solemos descubrirla por vez primera dentro de casa; en la cocina o el salón. Atraída, como tantos otros, por la extemporánea luz eléctrica de nuestros hogares, llega la crisopa a nuestras casas y se posa en una pared o en el alféizar de una ventana. Su ligereza y fragilidad son tales que sólo con tratar de cogerla le haremos un daño irreparable.
Entre los miles de seres voladores que pululan durante la noche, la crisopa es única e inconfundible. Es muy pequeña (alrededor de un centímetro), cuando se posa coloca sus alas protegiendo todo su cuerpo como si de una minúscula tienda de campaña se tratase; tiene dos diminutos ojos saltones que parecen de oro… y, sobre todo, es verde.
Sus alas de encaje son tan delicadas que resulta difícil distinguir sus nervios. Pero si tiene ocasión —y la tendrá— obsérvela con una lupa. La complejísima nerviación de las alas de la crisopa llevó al gran naturalista Linneo a crear un orden, Neurópteros, cuya traducción al castellano sería algo así como “nerviados” o “con gran cantidad de nervios”. Y no es que el resto de insectos alados no tenga nervios.
Mr. Hyde y el doctor
Nuestra crisopa tiene un homónimo que carece de toda su delicadeza. También es una crisopa, pero es fea (más bien horrible), posee unas mandíbulas espeluznantes… y lo que le hace a los pulgones es preferible no contarlo. Nos referimos a su larva. La una es hermosa, grácil y entrañable; la otra fea, voraz y esquiva. Y lo curioso es que las cualidades que hacen de la crisopa un insecto venerado por horticultores las posee por entero Mr. Hyde. Y es que la larva de la crisopa es el más voraz comedor de pulgones y otras plagas que conocemos, mayor incluso que la larva de la mariquita.
Es difícil ver una larva de crisopa en acción. Se ocultan a la mirada de intrusos y hormigas —defensoras de los pulgones— recubriéndose con los restos quitinosos de sus víctimas. Algo así como si Jack el Destripador se engalanara con el hígado, el bazo o el páncreas de las pobres doncellas que tuvieron el infortunio de cruzarse en su camino. Pero aunque no las veamos, ellas continúan su labor incesante de destruir pulgones, en número acorde con su metabolismo, que en dos palabras podemos resumir como im-presionante.
Nuestra amiga se ha granjeado una buena reputación a nivel internacional. Así, en Inglaterra y Estados Unidos se la denomina “Ojos dorados”; en Centroeuropa “Alas de encaje” y “Lobo de los pulgones”. Y en China algo así como: Ligero cuerpecillo que mece la suave brisa los cálidos días del estío…
La crisopa y yo
Comenzamos a verla hacia finales de verano y principo del otoño, cuando busca un lugar agradable para pasar el invierno. Suele equivocarse y toma nuestra casa por un centro de acogida para crisopas. Eso es un halago, porque la crisopa no elige cualquier sitio para pasar los rigores invernales. Si usted es un amante de los animales y la encuentra en mitad del salón, no la devuelva amorosamente a la calle; viene, precisamente, huyendo de ella. Llévela a un lugar tranquilo y abrigado en donde pueda pasar los fríos invernales y en el cual, una vez llegada la primavera, pueda regresar al exterior. No se preocupe por su dieta; al contrario que su larva, puede pasarse sin comer mucho tiempo.
¿Qué más podemos hacer por la bondadosa crisopa? Podemos respetar sus huevos. Aunque esta medida no es para amantes de los insectos sino sólo para fanáticos. Verá. Existen muchos insectos que colocan sus huevos al final de un fino pedúnculo adherido a una hoja, una pared o una cortina. En general están perfectamente ordenados, en fila india. Pero la crisopa los deja al azar, salteados, sin colocar. De manera que debe dar a su asistenta las instrucciones precisas para no echar a perder una preciosa camada de crisopas:
“Braulia; huevos ordenados, ¡fuera! Huevos en formación caótica, ¡respetar!”
Bromas aparte, cuidar de una crisopa adulta es suficiente para garantizar 3 puestas anuales, lo que significa una buena cantidad de individuos. Y, como solemos decir a menudo en esta sección, no es necesario que haga nada bueno por el insecto; con que no lo mate, es suficiente.