Con su alegre canto dan un toque de alegría en las noches, aún frescas, de la primavera. Son graciosas y mucho más apreciadas que sus primos, los sapos. Las ranas forman parte de ese nutrido grupo de animalillos que conviven con nosotros durante la infancia, formando parte de nuestros juegos y travesuras, y un buen día, mirando atrás, nos damos cuenta de que ya han desaparecido de nuestras vidas, sin saber cuándo exactamente ni cómo.
¿Quién no ha cogido ranas en alguna charca durante sus vacaciones estivales, allá en los años muy mozos? Ranas, lagartijas, culebras… Bichos que nos eran por completo accesibles y que hoy seríamos incapaces de atrapar, y si lo hiciéramos sería a costa, probablemente, de dañarlos. ¿Dónde han ido a parar las simpáticas ranas de nuestra niñez? Pues… no se han ido a ningún sitio; siguen ahí para todo aquel capaz de ver con la curiosidad y el interés de un crío. Evidentemente, no las vamos a encontrar en las grandes capitales, pero en el resto de lugares no es difícil verlas. Aunque vivamos algo alejados de charcas y ríos, un buen día, descubrimos que en el jardín hay una rana. Esto no es infrecuente. ¿Cómo ha llegado ahí?
Nacidas de la tierra
Durante años podemos vivir en un tranquilo chalet, en un lugar más o menos natural de la España continental. No hay una humedad especial, ni ríos cercanos, ni estanques… Una primavera lluviosa, limpiando algún sumidero o alguna arqueta, descubrimos maravillados que entre el agua sucia del desagüe hay una pequeña y huidiza ranita. En otras ocasiones, la simpática e inesperada visita aparece poco después de haber instalado un estanque o una fuente en el jardín. En realidad, la rana no ha venido de ninguna parte; estaba ahí, enterrada en algún rincón húmedo del jardín, esperando el momento propicio para salir y dejar atrás la vida de lombriz y recuperar su vida de rana. La oiremos croar, la veremos tomar plácidamente el sol en las horas quietas del mediodía. Durante buena parte del verano nos acompañará con sus chapoteos y sus gorgoritos de anfibio enamoradizo, y un buen día de otoño, volverá a desaparecer.
No tan acuáticas
Los anfibios necesitan el agua para sobrevivir. La mayoría viven en el agua o cerca de ella durante los periodos reproductivos. Si exceptuamos a la común y corriente rana verde (Rana ridibunda), el resto de ranas de la fauna ibérica viven bastante felices lejos del agua: la diminuta ranita de San Antón entretiene el ocio en los árboles y arbustos, donde es frecuente oírla sumar su peculiar canto nocturno al de ruiseñores y otras aves insomnes. Ya lo dice el famoso verso de Perogrullo:
La rana canta en la rama;
¡qué buen día hará mañana!
Esta rana arborícola tiene unas expansiones discoidales en la punta de sus dedos que le permiten adherirse a las hojas de los árboles.
El resto de ranas hispanas tampoco son muy acuáticas: la rana patilarga (R. ibérica), que vive en altitud, cerca de arroyos de agua rápidas o sumida en las profundidades del bosque; la rana bermeja (R. temporaria) y la rana ágil (R. dalmatina) tampoco tienen inconveniente alguno en vivir alejadas del agua. En Colmenarejo nos tenemos que conformar con la rana común, que lo es bastante, como comunes son las charcas y arroyos estacionales.
Claro está que nos estamos refiriendo a los ejemplares adultos. Cuando la rana es un simple y voraz renacuajo, necesita imperiosamente el agua, y si esta falta o la charca se seca, muere irremisiblemente. Pero los adultos son otra cosa; se entierran y desentierran sin pudor, apareciendo aquí o allá después de años de ausencia. Por eso no es raro verlas aparecer como por arte de magia.
Una infancia difícil
El desarrollo de las ranas resume en unas pocas semanas el devenir de muchos seres vivos a lo largo de millones de años. Comienzan siendo un huevo, luego larvas (renacuajos) de vida acuática y respiración branquial y terminan siendo ranas adultas, con respiración pulmonar, capaces de prescindir del agua, con patas y órganos bien desarrollados. En pocas semanas recorren la peripecia que llevó a un pez, hace millones de años, a dejar su cómoda vida subacuática y adentrarse en tierra firme.
Caídas del cielo
La mágica y misteriosa vida de la rana alcanza cotas de leyenda en las míticas “lluvias de ranas”. Seguramente, alguno de ustedes haya oído a algún anciano relatar que en tal o cual lugar, allá por el año de Maricastaña, llovieron ranas. No se rían, no. El abuelete no chochea (al menos no por esta afirmación). Aunque es algo extraordinario, se han dado casos bien documentados de lluvias de ranitas, e incluso de peces; ¡cómo lo oyen! Es un fenómeno raro, asociado a fenómenos tormentosos del estío. Las fuertes corrientes ascendentes asociadas a estas tormentas son capaces de “succionar” literalmente el agua de charcas, con todo lo que contienen: barro, larvas, insectos, renacuajos, ranas y peces. La tormenta puede tardar en descargar incluso días. En ese tiempo, las corrientes ascendentes del cumulonimbo llevan de acá para allá a nuestros renacuajos y ranas, que son “descargados” a kilómetros de distancia de donde fueron “abducidos”.