Como ya hemos comentado en otras ocasiones, el grupo de los artrópodos es el más numeroso de cuantos existen en la Tierra, ya que unas tres cuartas partes de las especies conocidas se incluyen dentro de este grupo.
Los insectos representan la mayor parte de los artrópodos, casi un millón de especies, en tanto que los crustáceos, miriápodos y arácnidos sólo tienen unas cien mil especies conocidas. El éxito de los artrópodos reside en su estructura corporal, ya que tienen un esqueleto externo rígido de quitina que les protege y que además está articulado, lo que les proporciona movilidad.
El cuerpo de los artrópodos está dividido en segmentos que se agrupan en tres partes (insectos y crustáceos), en dos (arácnidos) o que no se agrupan (miriápodos).
La clase de los arácnidos se caracteriza por su división corporal, ya que presentan unos segmentos unidos en una parte anterior o prosoma y el resto en una posterior u opistosoma. Tienen seis pares de apéndices, de los cuales, el primer par son los quelíceros, que tienen generalmente forma de pinza y sirven para sujetar el alimento y, en ocasiones, para inyectar el veneno que tienen en unas glándulas ubicadas en su interior. El segundo par son los pedipalpos, cuya función es básicamente táctil. El resto de los apéndices son patas marchadoras.
Los opiliones son arácnidos, vulgamente conocidos como “murgaños”, “patudos”, “segadores” o “papaíto patas largas”, entre otros. Se les reconoce precisamente por esto último, por presentar especies con unas patas extraordinariamente largas, de las cuales pueden desprenderse en cualquier momento si se encuentran atrapados, a pesar de que la pata perdida nunca se recupera, al contrario de lo que ocurre con otros arácnidos. El segundo par de patas es el más largo de todos y los opiliones lo usan para explorar el espacio que tienen delante. Cuando un opilión pierde estas patas pierde el instinto de comer, beber o aparearse, lo que sugiere que son importantes órganos sensoriales además de locomotores. Es difícil encontrar un individuo viejo con todas sus patas.
Tienen el cuerpo compacto y ovoide, es decir, presentan unido el prosoma y el opistosoma, y en la parte dorsal, sobre una prominencia más o menos abultada según la especie, se sitúan dos ojos simples y un par de orificios laterales que dan salida a las glándulas odoríferas o repugnatorias, que desprenden un olor en sitiuaciones de peligro que recuerda a las almendras amargas. Los quelíceros forman una pinza pero sin glándula de veneno, por lo que son totalmente inofensivos para el ser humano y los pedipalpos se asemejan a patas cortas que en ocasiones presentan pelos o protuberancias que ayudan a la detección y captura del alimento.
Dentro de este grupo se incluyen unas 3.500 especies en todo el planeta, que tienen patas que miden entre 1 mm y 16 cm de largo. La mayoría son tropicales ya que en Europa tan sólo hay alrededor de 50 especies, siendo la Península Ibérica la que mayor número presenta.
La mayoría de las especies de opiliones viven en el mantillo de hojarasca y el musgo de bosques húmedos, resguardados bajo las hojas, bajo piedras, recubriéndose de barro, en las zonas litorales o en cavernas. Pero algunos eligen el interior de nuestras casas para vivir. En estos casos, podemos encontrarlos en lugares oscuros y frescos, como pueden ser el garaje o la bodega, realizando una importante labor de limpieza de insectos en estas estancias. A diferencia de otros invertebrados no sobreviven mucho tiempo sin comida ni agua. Muchos son omnívoros, alimentándose de invertebrados vivos o muertos, restos orgánicos que encuentran entre cortezas de árboles, frutos caídos, hongos o materia vegetal en descomposición. A diferencia de otros arácnidos no digieren el alimento externamente, expulsando jugos gástricos y succionando los tejidos licuados, sino que lo succionan una vez que está fragmentado para digerirlo posteriormente en el intestino.
Los sistemas reproductores en los opiliones son únicos entre los arácnidos. El macho presenta un pene largo y tubular y la hembra una protuberante estructura denominada ovopositor que mide varias veces la longitud del cuerpo. La cópula, al contrario que en la mayoría de los arácnidos, se realiza directamente, sin cortejo previo. El macho y la hembra se colocan de frente y el pene del macho se extiende desde su orificio genital hasta el de la hembra, pasando entre los quelíceros femeninos y por debajo de su cuerpo hasta alcanzar el orificio genital femenino. Después de la fecundación, la hembra utiliza su ovopositor para hundirlo en el humus o la madera en descomposicion y depositar varios cientos de huevos aunque, como siempre, existe la excepción, ya que algunas especies sólo ponen uno. En otros casos, colocan los huevos en una tela colgada del hueco elegido como vivienda y son vigilados atentamente por la hembra. De los huevos salen las crías que realizan de 4 a 8 mudas hasta alcanzar el estado adulto. En ocasiones, podemos encontrar un centenar de opiliones jóvenes tapizando una grieta, dando la sensación, cuando se mueven todos a la vez, que es la roca la que se está moviendo.
Es muy sorprendente que seres tan pequeños y desvalidos como los opiliones generen tanto recelo irracional en el ser humano. Los opiliones son totalmente inofensivos y lejos de ser enemigos pueden constituirse en aliados contra algunos insectos que pueden transmitir enfermedades a animales o plantas. No tienen veneno, por lo tanto jamás podrán “picarnos”.
Hace 300 millones de años que están sobre la faz de la Tierra, ¿no se merecen un hueco en nuestro jardín?