Mariquitas

pulgones y mariquita
pulgones y mariquita

En general —salvo tal vez individuos verdaderamente malvados, con un perfil psicológico dañino, capaces de acelerar en los pasos de cebra al paso de un colegio y de vender leche para bebés caducada— todo el mundo quiere a las mariquitas. Es un insecto que cae bien. Y, ¿por qué cae bien? Pues vaya usted a saber.

¿Me quieren por lo que soy?

No pensamos que se respeta a la mariquita por su contribución efectiva al control de plagas. Eso lo saben los entomólogos, los agricultores comprometidos con la ecología y los expertos en la lucha biológica contra plagas. Al resto, la mariquita nos parece simplemente simpática y por eso no la pisamos, la dejamos evolucionar entre nuestros dedos y cuando parte volando con esa torpeza propia de los escarabajos, sentimos una satisfacción que sólo el rey de la selva es capaz de sentir: “Vuela libre, mariquita, yo te lo permito”. La buena de la mariquita no sabe la suerte que tiene de caernos bien. Y nosotros tenemos aún más suerte de que la mariquita nos caiga bien, porque ella hace por nosotros mucho más que nosotros por ella.

 

La mariquita es un Coleóptero, el orden más nutrido de los insectos con más de 250.000 especies conocidas (échele otras 100.000 que nos quedaremos sin conocer, al paso que vamos). Parientes de la mariquita son los insectos más grandes, como los escarabajos Hércules o Goliat, con más de 100 gramos de peso (¿se imagina?) y también algunos de los más diminutos, con apenas medio milímetro de longitud.

Nuestra simpática mariquita es, como todos los escarabajos, capaz de volar. Prefiere deambular por los tallos repletos de pulgón, pero si se la molesta o las hormigas se ponen muy pesadas, abre sus elitros (las falsas alas típicamente decoradas), despliega sus alas, y a volar.

El lado desagradable de la mariquita

La amable mariquita tiene una paciencia limitada. Si se la incordia mucho se va volando, como ya hemos comentado, pero si se persiste o incluso se le hace daño y no se la permite volar, se defiende con el recurso de los seres heróicos: con su propia sangre. Realiza una sangría voluntaria, de un color ocre y de un olor desagradable y persistente que invita a dejarla en paz. Ella lo avisa —para eso son esos colores tan llamativos— y el que avisa no es traidor.

Las mariquitas son varias, aunque la más común es la roja con siete puntos. Linneo, el padre de la taxonomía (la ciencia de nombrar y clasificar especies) se fijó en el número de puntos para denominarlas. Y así, a la de siete puntos la llamó septempunctata; a la de dos puntos, bipunctata; a la de veintidós, vigintiduopunctata; y cuando al bueno de Linneo le tocó contar los de una variedad verdaderamente repleta de puntos negros se lió y contó veinticuatro puntos, por lo que la llamo vigintiquatuorpunctata. ¡Vaya por Dios! La Subcocinella vigintiquatuorpunctata puede tener dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve e incluso veinte puntos, pero nunca veinticuatro. ¡Nadie es perfecto!

La mariquita es una formidable arma para la lucha biológica contra las plagas. En algunos viveros, dónde la fumigación acabaría con los insectos polinizadores y, por tanto, con la producción hortícola, se utiliza a la mariquita para frenar el avance del pulgón, la cochinilla y otros insectos capaces de producir plagas.

Ya sabemos por qué nos tiene que caer bien la mariquita. Su larva es aún más voraz. La identificará fácilmente: es alargada, negra y con algunos puntos naranjas.

El lirón

lironTodos cuantos pasen de los cuarenta, recordarán con admiración aquellos inolvidables episodios de El hombre y la Tierra, del llorado Félix Rodríguez de la Fuente. Y de todos los animales grandes y pequeños que descubrimos guiados de su docta mano, uno resuena aún en los oídos de muchos de nosotros, con aquella peculiar e irrepetible dicción del amigo Félix: El lirón careto.

Para los que entonces éramos de ciudad, aquello del lirón careto sonaba a tierras vírgenes y parajes perdidos en alguna serranía ibérica. Para la gente de campo que veía los episodios en el bar de la plaza o en el casino, era la muxa (si era vasco), la rata sellarda (en Cataluña) o simplemente la rata. Pero, poco a poco, este simpatiquísimo roedor, fue dejando atrás tan despectivos apelativos, totalmente ajenos a su naturaleza, y empezó a labrarse un lugar más digno entre nosotros. Pero murió Félix, y el lirón careto volvió a la oscuridad de la memoria y de los bosques.

Tocado por los dioses

El más simpático y común de los lirones —el lirón careto— tiene un hermano menos agraciado y de mayor tamaño —el lirón gris—, que en España sólo podemos encontrar en el norte. Carece de las manchas oscuras que, a modo de antifaz, dan ese peculiar aspecto al careto —además de adjetivar su nombre— y su cola es toda ella peluda, a diferencia de la del careto, que sólo tiene pelo en un llamativo penacho terminal, blanco y negro. Esta cola es su seguro de vida, pues en caso de necesidad la pierde fácilmente, como si fuera una lagartija.

El origen del lirón careto se remonta a los tiempos en que las hadas reinaban en los bosques, de esto hace muchísimos años, cuando sólo existían lirones grises. Cuenta la leyenda, que mamá lirón tuvo una camada de ocho lironcitos. Después de nacer, les colocó en fila para pasar revista mientras les iba poniendo nombre:

—Tú tienes los bigotes muy grandes; te llamaré Bigotón. Tú te pareces mucho a tu padre; te llamaré Vagote. Tú…
Y así, sucesivamente, fue dando nombre a todos y cada uno de los pequeños lirones grises. Al llegar al último, pegó un respingo:

—¿Y tú, de dónde has sacado esa cara? Vaya careto más feo, todo manchado. A ti no te pongo nombre porque no quiero ni verte.

El resto de hermanos se echaron a reír, gritando a coro:

—¡Vaya careto, vaya careto!

A partir de ese día, el pequeño lirón creció siendo el hazmerreír de todos sus hermanos. No le permitían participar en los juegos, sólo podía comer lo que los demás rechazaban, e incluso tenía que ocultarse de su padre, que había jurado quitarle de en medio si le encontraba, porque —según decía— aquel lirón tan feo no podía ser hijo suyo.

Así pasaron los años, y el pequeño lirón aprendió a estar solo, a ocultarse de su padre, a evitar las burlas de sus hermanos y la dolorosa indiferencia de su madre. Mientras que los otros lirones crecían fuertes, Careto —así le llamaban— ganaba peso con dificultad y su cola, lejos de ser peluda como la de los otros, tan solo conservaba un penacho final de pelo. Cada noche, después del festín de frutas y semillas que se daban los otros lirones, él se acercaba, sigiloso, a comer lo poco que le habían dejado. Aprendió a hacer de tripas corazón y tuvo que incluir en su dieta cosas como escarabajos, cucarachas, gusanos y otros bichos asquerosos que si bien le repugnaban, al menos le permitían sobrevivir.

Una noche en que, como tantas otras, lloraba su desdicha a la orilla del estanque, se le acercó el hada Buena.

—Hola, pequeño lirón. Llevo años escuchando tu llanto y he decidido cambiar el rumbo de tu historia. Quiero que sepas que tú y tus descendientes seréis los más apreciados de entre los lirones. Poblaréis la mayor parte de los bosques y seréis la admiración de todas las criaturas. El gato Montés y la gineta Feroz no podrán daros caza, y viviréis felices por siempre jamás.

— Te agradezco mucho tus palabras de consuelo, pero no necesitas engañarme. Yo sé que no tendré descendencia porque todas las lironas se ríen de mí. Y no llegaré a viejo: Si no me pilla mi padre, lo hará Feroz, Montés o el pollito Gavilán. Estoy resignado a mi destino.

—No olvides mis palabras, pequeño lirón.

Y dicho esto, el hada Buena desapareció entre la bruma del estanque.

Pasó el verano, y el otoño preludió la llegada del frío. Apremiaba el tiempo, y la familia de Careto se entregó a una desaforada búsqueda de provisiones para pasar el invierno. Recogían y recogían, llevando todo a la madriguera. Careto, como siempre, les seguía a distancia, alimentándose de lo que dejaban caer; media nuez, unas bayas de serbal…

Un día, de pronto, apareció Feroz. Salió entre los árboles como una centella y cuando quisieron darse cuenta ya se había comido a Bigotón y a Vagote. Todos corrieron hacia la madriguera, pero se habían alejado mucho y la gineta les fue dando alcance uno a uno. Careto, incapaz de observar tan cruel espectáculo desde su escondite entre los arbustos, saltó ante la gineta para atraer su atención y permitir la huida de su familia.

—No tengas cuidado, Careto —dijo la gineta— que a ti también te voy a echar el diente, pero primero me comeré a tus hermanos, que están bastante más rollizos que tú.

Y así lo hizo. A la carrera, iba dando alcance uno a uno a los lirones, mientras Careto, a su lado, le gritaba:

—¡Ven a por mí, si eres valiente!

Pero la gineta tenía bocados más apetitosos. Careto presenció como en pocos segundos, Feroz acabó con toda la familia. Ya sólo quedaba él, corriendo aterrado ante la gineta y ya cerca de la madriguera.

—Mmmm… ¡Estaban deliciosos! Pero me he quedado con un poco de “gusa”, de manera que también te voy a comer a ti, saco de pelos.

Careto ya divisaba la madriguera. Pero sentía en su cola el aliento fétido de la cruel gineta.

—A ver esa cola tan vistosa; trae acá que la eche mano, que por algún sitio hay que empezar a comer.

El pequeño lirón sintió que todo acababa. Notó una garra sujetar con firmeza el extremo de su cola; cerró sus ojos y, sin dejar de mover sus pequeñas patitas, se encomendó al hada Buena. Entonces ocurrió el milagro. Careto dejó de percibir el aliento de la gineta; sin dejar de mover sus patas, abrió los ojos y se encontró ante la madriguera. Entró rápidamente y ya a salvo se atrevió a mirar atrás. A unos veinte metros, la gineta, enfurecida, mordía y arañaba una cola de lirón. Careto acercó su patita y se palpó el lugar donde siempre había tenido una cola… pero no había nada. No sangraba ni existía dolor alguno. Aturdido y asombrado no podía reaccionar. A su alrededor, montones de frutos, nueces, castañas y bayas decoraban la que fuera casa de su familia y ahora era su casa. Y en el exterior, había comenzado a nevar mientras la gineta se alejaba mascullando maldiciones contra las colas y los lirones.

Superviviente nato

Esto paso hace muchos años. El hada Buena cumplió su promesa y desde entonces, cada vez que un gato o una gineta tratan de atrapar a un lirón careto, se quedan con su cola entre los dientes… y nada más. Y no solo esto; el hada cumplió en todo. El lirón careto habita una zona mucho más extensa que su pariente, sigue siendo algo más pequeño, pero sabe defenderse mucho mejor.

Es asiduo de huertas, jardines, parques… e incluso es fácil que llegue a colarse en casa. Duerme de octubre a abril, en oquedades de los árboles o rendijas de las rocas. Es bastante temerario, no en vano su cola-señuelo le hace sentirse seguro. Le hemos visto pasear por la mismísima puerta de Babitín Serrano —el temible gato rojo— casi como provocando. Así es el lirón careto. No es fácil que le vea, pero deje unas nueces en el rincón más oscuro del jardín y verá como acaban desapareciendo.

Libélulas y caballitos del diablo

1-DSC01110Están entre los insectos más vistosos —con unas tonalidades metálicas e irisadas verdaderamente espectaculares— y más grandes, con longitudes que en algunas especies superan los 11 cm. Tal despliegue no podía dejarnos indiferentes, y se ha traducido en temor.

Pero la libélula y su pariente —el caballito del diablo— no nos pueden hacer nada en absoluto porque no tienen con qué (y, además no quieren). Pero vayamos por partes.

Cada uno en su sitio

Libélulas y caballitos no son lo mismo, ni mucho menos. Aunque pertenecen al mismo orden (Odonatos), y su aspecto es similar, hay notables diferencias que permiten distinguirlos si se quedan un rato quietos (algo no siempre fácil). Las alas de los caballitos (dos a cada lado) son practicamente iguales, mientras que las libélulas tienen las posteriores algo más anchas. Cuando están posadas, el caballito tiene las alas juntas o ligeramente separadas mientras que la libélula las despliega por completo. Los ojos, grandes y facetados en ambos subgéneros, están situados a ambos lados de la cabeza en los caballitos, mientras que en las libélulas están juntos sobre la cabeza. Esta característica hace que las libélulas verdaderas tengan una extraordinaria visión en un ángulo de 360º. De manera que si había pensado en acercarse por detrás para darle un susto a alguna, olvídelo.

El Top Gun de los insectos voladores

La libélula posee uno de los vuelos más perfectos (si no el que más) del mundo de los insectos, lo que equivale a decir del reino animal. Si la más diestra de las rapaces parece un novato con “L” al comparar su vuelo con el de una simple mosca, esa misma mosca frente a la libélula es algo así como usted o yo compitiendo en una carrera de coches frente a Carlos Sainz. No hay nada que la libélula no sea capaz de hacer volando: puede desplazarse decenas de kilómetros en un santiamén, parar casi en seco y permanecer estática el tiempo que desee, subir y bajar en una vertical perfecta y, por si esto fuera poco, volar hacia atrás. Además, sus ojos juntos y situados en lo alto de la cabeza, con más de 30.000 facetas cada uno, le da una visión panorámica total que ya quisiera para sí la cabina elevada y semiesférica de un F16. Vuelan tan bien, que sólo saben volar, siendo incapaces de andar, como hacen muchas especies de insectos voladores.

Las caza al vuelo

Con estas aptitudes, está claro que la libélula no se alimenta de hojas. Caza insectos voladores —moscas y mosquitos— y lo hace en pleno vuelo, algo que sólo de imaginarlo parece imposible (tenga en cuenta que las aves insectívoras cazan “al bulto”, abriendo la boca y capturando con mínimas desviaciones de ruta los insectos que se cruzan en su camino). La destreza de las libélulas es tal, que los naturalistas las pasan canutas para echarles el guante con sus típicos cazamariposas (¡bien por las libélulas!).

A pesar de disponer de una máquina de vuelo tan perfecta, la libélula no tiene armamento a bordo; queremos decir que no tiene aguijón, ni pica: es completamente inofensiva, tenga el aspecto que tenga y mida lo que mida.

Los caballitos del diablo son algo más torpes y más pequeños que sus primas. No tienen esa capacidad de vuelo y de visión, pero tampoco “van armados”, a pesar de tan terrible nombre.

Un largo camino

Para llegar a ser el primero de la clase, las libélulas —como el resto de insectos— pasa su metamorfosis; un camino que comienza en la fase de huevo y termina un año después como insecto adulto. Durante su época larvaria, libélulas y caballitos viven en el agua de estanques y charcas, respirando por branquias, como los peces. Ambos, larva e insecto adulto, se alimentan de lo mismo: la libélula larva de larvas de mosca y mosquito, y la libélula adulta de moscas y mosquitos adultos. Esa dieta y, sobre todo, la voracidad con que las larvas se emplean contra sus similares de mosca y mosquito, son el mejor control de las poblaciones de estos dípteros. Lamentablemente, las campañas de fumigación de charcas y lagunas emprendidas por muchos ayuntamientos terminan, es cierto, con la plaga inicial de mosquitos, pero también perecen las larvas de libélula. A la primavera siguiente, moscas y mosquitos han vuelto a las andadas, con varias generaciones en un corto período, mientras que la libélula, que precisa un año para alcanzar la madurez, no puede regenerarse con tal velocidad. El resultado es que, al no existir ya el control de las libélulas, las plagas de mosquitos van siendo cada vez más virulentas, obligando a realizar fumigaciones a cada temporada. Eso trae consigo en un período más o menos largo la muerte de la charca, un ecosistema de gran valor biológico.

De todas las libélulas descritas por la entomología moderna, se cree que un alto porcentaje ya se ha extinguido.

¿Cuándo fue la última vez que vio una libélula?

Si hacemos esta pregunta a personas que vivan en una ciudad, probablemente no sepan contestar. El colmenarejo tenemos la suerte de verlas, revoloteando en las charcas e incluso en nuestros jardines y parques. Cuando tenga la suerte de ver una, acérquese sin miedo (ya le hemos dicho que es del todo inofensiva) y observe sus grandes ojos y sus brillantes colores. Fíjese en su vuelo. Enséñesela a su hijo, porque es probable que cuando él tenga su edad, las libélulas hayan desaparecido, si no lo remediamos.

Hormigas

hormigaEste pariente cercano de abejas y avispas es, posiblemente, uno de los insectos que menos repulsión suscita entre nosotros. Tienen fama de previsoras, son trabajadoras, disciplinadas y cariñosas con su reina. En fin, súbditas perfectas. Pero ¿y como compañeras de los humanos?

Para empezar, vamos a sentar las bases de este tema. Independientemente de cual sea su relación con nosotros y nuestras “posesiones”, las hormigas se merecen el máximo respeto —como todo aquello que nos rodea— y la mayor admiración —como algunas cosas. Pero esto lo iremos descubriendo a medida que avancemos en el conocimiento de su fascinante universo.

No son dañinas… a veces

Si este artículo cae en manos de algún amigo iberoamericano, va a estar riéndose de nosotros varios días. Y es que por aquellas latitudes las cosas no son exactamente como aquí. Allí las hormigas tienen peor talante y organizan auténticas migraciones de centenares de miles de individuos, perfectamente formados en líneas de cientos de metros, con los soldados en vanguardia y en los costados y la reina y sus cuidadoras en el centro, acompañadas de las hormigas de patas largas que transportan bajo su abdomen a los huevos y larvas. Estas expediciones no se detienen ante nada y son capaces de acabar con la vida de pequeños mamíferos e incluso animales del tamaño de un conejo y hasta una boa.

Las hormigas que conviven con nosotros en España son bastante más pacíficas, en parte porque son más primitivas.

A nuestra imagen y semejanza

Verdaderamente, un juego malévolo puede consistir en establecer paralelismos entre las hormigas y el ser humano. Ya lo hicieron los fabulistas para adoctrinarnos cuando poco conocían aún de estos insectos. Si hubieran sabido que hay hormigas ganaderas, o agricultoras; que unas cosechan miel y que otras esclavizan a otros géneros de hormigas sin las cuáles no podrían existir… ¿qué habrían escrito? Desde luego, el cuentecillo de la Cigarra y la Hormiga, no; en todo caso, El lobo estepario. Presten atención.

El instinto con forma de inteligencia

El hombre, que malamente es capaz de aceptar que su vecino pueda ser más inteligente que él mismo, ¿cómo va a reconocer inteligencia en animales tan pequeños como las hormigas? Para solventar ese problema filosófico por el cual insectos sin carrera son más solidarios con sus semejantes, organizados y trabajadores que nosotros, se ha inventado lo del instinto. Veamos qué es capaz de hacer el instinto de las hormigas.

Las hormigas tejedoras preparan su nido de manera simple, como tejemos los humanos. Una hilada de hormigas mantiene próximos los bordes de dos hojas mientras otra va uniéndolas con el hilo de seda de una larva que sujeta con sumo cuidado entre sus mandíbulas, a modo de aguja e hilo.

Otras hormigas son recolectoras de miel. Son individuos especializados que ingieren grandes cantidades de sustancias azucaradas, distendiendo su abdomen hasta varias veces su peso. Luego se cuelgan del techo de una zona del hormiguero acotada como bodega, donde van sus hermanas a tomar unas “copas” mientras departen amigablemente.
Las hay agricultoras. Son las cortadoras de hojas de Centroamérica. Por supuesto no comen hojas, ¡faltaría más! Las hojas que cortan en pequeños trozos y transportan al hormiguero son para abonar los campos subterráneos de hongos que poseen en cooperativa. Hongos deliciosos que recolectan cuando están a punto y cuyo cultivo mantienen en un estado envidiable de limpieza y salubridad.

Pero las hormigas —como el hombre— también son capaces de lo peor. Hay varias especies que esclavizan a otras hormigas en diferentes grados. Quizá el más acusado sea el de Anergates atratulus, que vive en Europa. La especie carece de obreras, por lo que no hay quién trabaje. La reina penetra en el nido de otra especie, donde sus huevos son criados como propios. Cuando nacen las jóvenes Anergates toman el nido y esclavizan a sus moradoras, las cuáles trabajarán para ellas en lo sucesivo.

En España triunfa la ganadería

Al contrario de lo que nos sucede con el ganado bovino y la cuota láctea, en el mundo de las hormigas españolas, la ganadería tiene un gran futuro. Una buena parte de nuestras hormigas se dedican a la cría y ordeño del pulgón. Pueden llevarlos cuidadosamente a su hormiguero, donde les han preparado unas salas en las que afloran abundancia de raíces. Ahí los colocan y ellos, felices, se dedican a succionar la savia azucarada. Periódicamente, las hormigas les estimulan y los pulgones segregan pequeñas gotas de almíbar que les sirve de alimento. Ni que decir tiene que les cuidan como un ganadero cántabro a su vaca más lechera.

Lo más habitual es que busquen al pulgón y lo ordeñen “in situ”. Y ésta es la razón principal por la cual mucha gente cree que las hormigas dañan el jardín. Advierten una planta debilitada y observan la presencia de hormigas que suben y bajan incesantemente. Pero éstas no hacen absolutamente nada a la planta, no comen sus tallos ni sus hojas. Sólo quieren el néctar de los pulgones, que son los responsables del deterioro de la planta.

Abonan, oxigenan y combaten las malas hierbas

Las hormigas, en nuestro país, son más beneficiosas que perjudiciales. Los hormigueros oxigenan la tierra considerablemente, y la comida que recolectan incesantemente son nutrientes que abonan el terreno, ya que la hormiga recolecta mucho más de lo que necesita. En su afán de arramblar con cada semilla que encuentran, evitan que germinen multitud de malas hierbas… aunque en el “debe” están las que sembramos nosotros y ellas se llevan a su casa. Pero para esto hay solución: cubrir con una fina capa de mantillo nuestra siembra; protegemos las semillas y favorecemos su germinación.

¿Qué hemos de temer?

En nuestras latitudes, nada. Incluso esas diminutas hormigas caseras que aparecen a cientos en nuestro hogar cuando dejamos algún resto de comida, son completamente inofensivas. No dañan estructuras, ni comen plantas, ni destruyen raíces. Por eso, no tienen mucho sentido esas persecuciones a que a veces las sometemos, con polvos insecticidas que vertimos sobre sus hormigueros y sus sendas. La simpática hormiga negra de jardín, la enorme hormiga roja de bosque y la diminuta hormiga doméstica son basureras de lo diminuto y tanto ellas mismas como su trabajo sólo merecen nuestro respeto.

El grillo

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Con el grillo ocurre como con los locutores de radio: les identificamos por la voz, y a la mayoría de ellos, si nos los cruzamos por la calle, no les reconocemos.

Eso le sucede a nuestro modesto y amigable grillo, que nos deleita los oídos en las cálidas noches del verano, envolviéndonos de una apacible sensación de bienestar… y si nos topamos con él dentro de casa maldecimos; “cucaracha asquerosa”, para acto seguido, rociarle con el insecticida más letal que tengamos a mano. Y es que nuestro grillo es claramente un grillo para los que saben cómo es un grillo. Pero, ¿y usted? ¿Ha tenido alguna vez un grillo en la palma de la mano? ¿Sabe distinguir a metro y medio de distancia un grillo de una cucaracha?

Los grillos, cosa de niños

Como, lamentablemente, nos sucede a casi todos, el contacto más directo y real que tenemos con la naturaleza a lo largo de nuestra vida es en la infancia. Quizá sea porque aún no estamos “socializados” y las cosas que nos rodean nos parecen mucho más sencillas, más naturales. Cualquiera de nosotros de niño ha cogido sin ningún reparo bichos que sólo de imaginarlos ahora se nos pondría la carne de gallina. Y en este sentido, algunos de nuestros lectores recordarán aquellas jaulas para grillos que se hacían con dos rodajas de tapón de corcho y unos alfileres clavados a modo de barrotes. Se metía dentro al pobre grillo y… ¡a cantar! En algunas zonas era una costumbre muy corriente tener un grillo en casa y deleitarse con sus trinos. Esta costumbre se ha perdido, como no podía ser de otra manera en plena era de la asepsia, el matamoscas electrónico, el spray de piretrinas y todas esas lindezas. Hoy día, un niño de ciudad que se le ocurra llevar ilusionado a su casa —bloque 5, portal A, escalera D, piso 14 y puerta F— un grillo en una jaulita, recibirá la respuesta estereotipada de una madre de principios del milenio: ¡Aquí no entras con ese bicho!
Aunque, bien pensado, de dónde va a sacar un grillo esta criatura. En los parques de las grandes urbes no hay más animales que los perros… y algunos bípedos; en las escuelas americanas dan a los niñitos indefensas ranas para que las destripen “en aras del conocimiento”, pero aquí preferimos comérnoslas; y en las tiendas de animales venden peces de atolón, pajaritos de la selva tropical, lagartos de la isla de Komodo… pero grillos no. Así que, se comprende que cualquiera que tenga menos de treinta años y no tenga la suerte de vivir en Colmenarejo (u otro pequeño pueblo) sólo sabrá del grillo que es un insecto que canta en el pueblo de la abuela cuando va a pasar unos días, por vacaciones. Y, claro, al verlo cara a cara en la cocina, no le reconoce y lo pisa o lo fumiga.

¿Quién es el grillo?

El grillo es un Gríllido (fácil, ¿eh?). Podemos toparnos con dos especies diferentes: el campestre y el doméstico. El grillo doméstico es más pequeño y de color pardo claro. Se llama doméstico no porque se deje acariciar, sino porque le gusta vivir en las casas (domus, en latín); y como los entomólogos lo dicen todo en latín, lo han llamado Acheta domestica (se podía haber llamado grillo de andar por casa).

El otro grillo —el campestre o común — es el que encontramos habitualmente en el campo. Es más grande, negro, con una cabeza prominente.

Los grillos son primos de los saltamontes. Entre ambos se reparten el espectro radioeléctrico, cantando los saltamontes de día y los grillos de noche: así no hay riesgo de guerra mediática. El canto de los grillos es más continuo que el de los saltamontes. Mientras éstos frotan un ala dotada de pequeños salientes contra una pata, en el grillo ambas piezas están en las alas, de manera que al cantar parece a un palomo dándose un baño: ahuecado y moviendo las alas.
Las hembras no cantan, solamente lo hacen los machos. Y los machos tienen varias voces (existe un cierto parecido con el comportamiento de los humanos); una estridente y ostentosa para atraer a la hembra, y otra más dulce y armoniosa para hablar de amor una vez que la tiene a su lado. Despúes de casados, silencio absoluto.
Existe una especie —el grillo italiano— que pasa por tener uno de los “picos” más cautivadores del reino de los insectos. Se posa sobre una rama y entona un cántico de gran belleza que encandila por completo a las “pibas”. Hasta aquí todo normal en un grillo transalpino. Pero lo genial de este grillo es que, cuando la competencia o un depredador tratan de localizarle por el sonido, modula de tal manera el canto que puede hacerle creer que está a la izquierda cuando lo tiene detrás, por ejemplo.

La dieta del grillo

El grillo, como sus primos los saltamontes, es básicamente vegetariano. También captura pequeños insectos, pero el grueso de su dieta lo constituyen las materias vegetales. Pero, ¡por Dios!, no vaya a pensar que es perjudicial para su jardín porque coma dos briznas de hierba al día. Además, el grillo nunca constituye plaga porque es un animal solitario.
Vive poco, normalmente un año, y para nosotros apenas sólo existe los meses de verano en que hacemos vida exterior. De manera que intente hacerle la poca vida que le queda, lo más agradable posible. Si le gusta oír música en el jardín, póngala bajita, le descentra y puede no encontrar pareja. Y, sobre todo, no le confunda con una cucaracha.

Los gorriones

gorrionCon el nombre de gorriones se conocen a varias especies de aves de unos 15 cm de longitud, rechonchos, con el pico grueso adaptado a su alimentación granívora y generalmente carentes de colores vivos, predominando los grises y marrones en su plumaje. En algunas especies hay diferencia entre los machos y las hembras, pero en otras son prácticamente iguales.

El gorrión común (Passer domesticus), llamado también “gurriato”, es el pájaro más conocido por todos y se utiliza siempre para describir otras especies por comparación con él. El macho es marrón, gris y blanco, destacando como diferencias con otras especies de gorriones la parte superior de la cabeza de color gris y una mancha negra en el pecho. Esta mancha es pequeña en otoño y crece en primavera, no porque cambie el plumaje, sino porque al desgastarse con el uso, aparece el color negro de la parte interior de las plumas. La hembra y los jóvenes carecen de la garganta negra y son de un apagado color pardo por la parte superior y gris en la inferior, sin ninguna marca distintiva.

A finales del invierno empiezan la época de celo, con persecuciones ruidosas en las que están implicados varios machos y hembras. No obstante, la cría no se realiza hasta mayo o junio, aunque recuperan el tiempo y crían dos o tres polladas en la temporada.

El gorrión común está muy ligado al hombre, instalando sus nidos en tejados, agujeros de paredes de casas, iglesias, corrales, puentes, almacenes… Muy pocas veces cría en árboles o arbustos. El nido es muy burdo, hecho de hierbas, plumas y hojas, entre las que también podemos encontrar papeles y plásticos.

Es muy sociable, casi siempre aparece en grupos y no sólo de la misma especie, sino con otras especies de gorriones o similares. En invierno, suelen reunirse a dormir todos juntos. Estos “dormideros” los instalan en árboles, casas o en zonas mínimamente protegidas de la intemperie.

El gorrión molinero (Passer montanus), llamado “gorrión de campo”, es menos conocido y a veces confundido con el gorrión común. En efecto, es difícil distinguirlos a distancia, aunque si los observamos con prismáticos, veremos que el gorrión molinero es algo más pequeño que el común, tiene dos manchas oscuras en las mejillas y la parte superior de la cabeza es de color marrón. En esta especie los machos y las hembras son iguales, y los jóvenes tienen el color más apagado y la mancha de la mejilla prácticamente inapreciable.

Anida en agujeros de muros, árboles y en los mismos lugares que el gorrión común cuando éste, más fuerte y dominante, se lo permite. Anida en pequeñas colonias, construyendo una cama con ramitas secas y sobre ésta un colchón de plumas.
En abril empieza la puesta de huevos, entre 5 ó 6, y pudiendo haber hasta tres puestas. Se ha comprobado que los gorriones molineros son migradores. Las poblaciones del norte de Europa se desplazan hacia el sur en invierno buscando un clima más benigno, por lo que en el mes de octubre es posible encontrarlos con más facilidad.
Su alimentación se basa en semillas de plantas cultivadas, aunque se alimenta también de silvestres.

El gorrión moruno (Passer hispanolensis), se encuentra principalmente en Extremadura, a lo largo del curso del río Guadiana. Los machos se diferencian del gorrión común en que tienen la parte superior de la cabeza marrón y porque tienen unas intensas manchas negras en el dorso, laterales y pecho. Las hembras, en cambio, son muy difíciles de identificar porque no tienen nada que resalte en su plumaje.

En las áreas donde coincide con el gorrión común, el gorrión moruno se instala en zonas más rurales, dejando las urbanas al común.

En algunas ocasiones se han constatado hibridaciones entre las dos especies.

El gorrión chillón (Petronia petronia), es el “gorrión de monte”, y a primera vista, se confunde fácilmente con una hembra de gorrión común. Si lo observamos con más detenimiento comprobamos que el chillón tiene las alas más grandes que el común, las patas más robustas, la cola más corta, el pico más fuerte y además, los sexos son iguales. Presenta también una ceja clara y una mancha amarilla en la garganta, aunque es difícil de observar.

También puede ayudarnos a su identificación su conducta mucho más retraída que el resto de los gorriones, así como su forma de desplazarse, que en el gorrión chillón no es a saltos sino andando.

A diferencia del resto de gorriones, los pollos de los chillones no nacen desnudos, sino que les recubre un ligero plumón.

El gorrión alpino (Montifringilla nivalis), vive en la alta montaña, en unas condiciones climáticas duras que muy pocas especies de aves pueden soportar.

Es algo mayor que el gorrión común, con la cabeza gris, la espalda marrón, la cola negra y el vientre blanquecino con una pequeña mancha negra en el pecho. Las hembras y los jóvenes son muy parecidos a los machos, aunque con los colores del plumaje menos destacados.

Vive siempre por encima de los 2.000 metros de altitud y siempre en densidades pequeñas, como ocurre con todas las especies que tienen que desarrollarse en estos tipos de hábitats.

Hay además de éstas, otras especies de gorriones, de distribución más oriental y que sólo accidentalmente podríamos observar en la Península Ibérica.

Si quiere saber más sobre su distribución en nuestra zona, consulte Atlas nidificantes.

El gallipato. Un anfibio poco conocido

GALLIPATOLos anfibios son un grupo peculiar ya que a lo largo de la evolución han solucionado sólo parcialmente algunos problemas que les impedían colonizar la tierra. Han sustituido la respiración branquial por pulmonar y han desarrollado extremidades para la locomoción en tierra firme. Estas aportaciones han sido fundamentales para completar la transición evolutiva hacia sus descendientes, los reptilesA pesar de estas modificaciones, los anfibios son básicamente acuáticos, con temperatura corporal variable según el ambiente y con la piel fácilmente desecable. Además permanecen ligados al medio acuático por su modo de reproducción, ya que los huevos son expulsados al agua o puestos en ambientes muy húmedos. Con la aparición de los reptiles hace unos 250 millones de años, el auge de los anfibios acabó, y sólo quedaron algunos grupos supervivientes de los cuales descienden los gallipatos.

gallipato_artEl gallipato (Pleurodeles waltl) pertenece a la clase de los anfibios y dentro de ésta comparte el orden de los urodelos con salamandras y tritones. Mide entre 15 y 30 cm, incluyendo la cola, siendo uno de los urodelos más grandes de Europa. Presenta una hilera de protuberancias verrucosas en los laterales que coinciden con los extremos de las costillas que a menudo se notan y que a veces sobresalen a través de la piel. Tiene la cabeza ancha con los ojos pequeños y una cola aplanada lateralmente característica. Es de color verdoso, con manchas más oscuras y las verrugas laterales de color amarillo o anaranjado. Los herpetólogos o estudiosos de los anfibios y reptiles lo reconocerán sin ningún problema, pero los aficionados pueden confundirlo con los tritones, aunque éstos son más pequeños y no tienen verrugas como el gallipato.
Gallipato_encNo se conoce mucho sobre este singular animal, se sabe que es principalmente nocturno y acuático, aunque a veces, sobre todo los más jóvenes se dedican a explorar terrenos menos húmedos y se les puede encontrar bajo rocas o troncos. Los adultos siempre están en arroyos, estanques, charcas e incluyo en ríos de corriente lenta. Poseen un mecanismo peculiar de protección ya que frente a posibles depredadores, contraen el abdomen y estiran las costillas que llegan a desgarrar la piel, de este modo y moviéndose de un lado a otro provocan que el depredador se clave las costillas que al atravesar su piel se impregnan con secreciones tóxicas.

En la época de reproducción es cuando quizá podamos ver a los gallipatos. El cortejo tiene lugar en el agua cuando el macho se acerca la hembra, la toca con el hocico y se agarra a ella hasta que le transmite sus espermatozoides en varias cápsulas que la hembra recoge a través de la cloaca. Si hay éxito en la fecundación, la hembra joven pondrá 150 huevos rodeados de gelatina, si la hembra es adulta puede poner hasta 800. El número tan elevado de puesta se debe a que las posibilidades de supervivencia son muy reducidas, de todos los huevos puestos llegarán a gallipatos adultos alrededor de 20 ó 30 individuos. Después de 12 días nacen las larvas que miden unos 12 mm y se alimentarán de insectos a partir de los siete días de vida, convirtiéndose en adultos entre el primer y tercer año.

Los gallipatos son una especie que sólo vive en el centro y sur de la península Ibérica y en el norte de Marruecos. Su ecosistema es frágil y a veces nos encontramos pequeñas charcas desecadas o contaminadas en las cuales nadan pequeños gallipatos condenados a muerte. Las ayudas prestadas a esta especie y a cualquier otro anfibio, tales como la protección de las charcas, manantiales y arroyos donde viven, el respeto de los propios animales, luchando por eliminar la figura folklórica de animales ponzoñosos y , en caso que podamos, la creación de charcas artificiales, no sólo nos brindará la posibilidad de disfrutar de su presencia, sino que se encargarán de eliminar numerosos insectos parásitos, como los mosquitos, y nos servirán de indicadores de la salud de nuestros campos y jardines.

En Colmenarejo, por fortuna, tenemos una de las mejores poblaciones de gallipatos de toda la Comunidad de Madrid.

Ver también:
-Gallipato (Pleurodeles waltl) por José Luís Esteban, Luís García-Cardenete , Javier Fuentes y Eduardo Escoriza Abril
-El Gallipato en Wikipedia.

El galápago leproso

galapagoDentro del grupo de los reptiles, algunos de los más conocidos y menos temidos, son los galápagos.

Los galápagos se diferencian bien de las tortugas terrestres que encontramos en la península Ibérica, ya que tienen hábitos muy diferentes; las tortugas son huidizas, en tanto que los galápagos son más confiados y no es muy difícil encontrarlos sobre una piedra próxima al agua, tomando el sol. También se diferencian en que los galápagos tienen el caparazón aplanado, mientras que las tortugas lo tienen claramente abombado.

Las dos especies de galápagos que se encuentran en nuestras latitudes son el galápago europeo (Emys orbicularis) y el galápago leproso (Mauremys caspica). Las diferencias entre ambos a simple vista son casi inapreciables. El galápago leproso tiene un caparazón ligeramente menor que el del europeo, aunque generalmente, no supera en ninguna de las dos especies los 20 cm. Además, presenta una coloración más clara y unas líneas amarillentas en el cuello que los diferencian de sus parientes. No obstante, la coloración en esta especie varía con la edad, ya que los jóvenes son pardos con las bandas anaranjadas en el cuello.

El nombre común de galápago leproso proviene del aspecto ruinoso que presenta, en ocasiones, su caparazón, ya que con cierta frecuencia, se instalan en él algas, lo que con el tiempo, provoca unas descamaciones desagradables, de ahí el calificativo. Esta infección puede llegar a provocar el desprendimiento de las placas córneas que forman el caparazón de estos reptiles.

Esta especie se encuentra en ríos, lagunas y zonas salobres, tolerando aguas relativamente contaminadas, alimentándose de insectos, anfibios, peces y plantas. Aunque su dieta es básicamente carnívora, en ocasiones no desdeña el alimentarse de alguna carroña.

Entre sus depredadores se encuentran algunas rapaces y sobre todo, garzas y cigueñas.

La época reproductiva se inicia a finales de la primavera, y la puesta se realiza entre junio y julio. La fecundación es interna y se lleva a cabo tanto en tierra como en agua. La hembra construye un nido de unos 6 cm de diámetro y 10 cm de profundidad y en él deposita de 5 a 9 huevos. Transcuridos treinta días, nacen las crías, con un caparazón de unos 2 cm y 4 gramos de peso. Los machos alcanzan su madurez sexual trancurridos 7 años, mientras que las hembras pueden ser fértiles a los 7 u 8 años.

El galapago leproso suele invernar de noviembre a febrero, aunque en inviernos cálidos puede permanecer activo.
Puede resultar tentador el mantener a este reptil como animal doméstico, especialmente porque no son animales agresivos, son tranquilos y sobreviven durante largo tiempo en condiciones bastante pobres. Pero a menos que reproduzcamos exactamente su medio natural, estamos condenando a estos seres a una vida miserable, nada comparable a su vida en estado salvaje. Los galápagos “domesticados” se convierten en animales moribundos que nada tienen que ver con el galápago que observa alerta una posible presa, en una piedra de un río. Para nosotros, esta escena es todavía fácil de contemplar, en el río Aulencia a su paso por Colmenarejo.

Observar la naturaleza y los animales que viven en estado salvaje puede resultar mucho más divertido y menos costoso que mantenerlos en cautividad en nuestras casas.

La crisopa

crisopaSi hay un insecto cuyo carácter hogareño, ligereza, bondad y sutileza en sus minúsculas y delicadas alas de encaje nos pueda recordar remotamente a las hadas buenas de los cuentos, esa es la crisopa. Solemos descubrirla por vez primera dentro de casa; en la cocina o el salón. Atraída, como tantos otros, por la extemporánea luz eléctrica de nuestros hogares, llega la crisopa a nuestras casas y se posa en una pared o en el alféizar de una ventana. Su ligereza y fragilidad son tales que sólo con tratar de cogerla le haremos un daño irreparable.

Entre los miles de seres voladores que pululan durante la noche, la crisopa es única e inconfundible. Es muy pequeña (alrededor de un centímetro), cuando se posa coloca sus alas protegiendo todo su cuerpo como si de una minúscula tienda de campaña se tratase; tiene dos diminutos ojos saltones que parecen de oro… y, sobre todo, es verde.

Sus alas de encaje son tan delicadas que resulta difícil distinguir sus nervios. Pero si tiene ocasión —y la tendrá— obsérvela con una lupa. La complejísima nerviación de las alas de la crisopa llevó al gran naturalista Linneo a crear un orden, Neurópteros, cuya traducción al castellano sería algo así como “nerviados” o “con gran cantidad de nervios”. Y no es que el resto de insectos alados no tenga nervios.

Mr. Hyde y el doctor

Nuestra crisopa tiene un homónimo que carece de toda su delicadeza. También es una crisopa, pero es fea (más bien horrible), posee unas mandíbulas espeluznantes… y lo que le hace a los pulgones es preferible no contarlo. Nos referimos a su larva. La una es hermosa, grácil y entrañable; la otra fea, voraz y esquiva. Y lo curioso es que las cualidades que hacen de la crisopa un insecto venerado por horticultores las posee por entero Mr. Hyde. Y es que la larva de la crisopa es el más voraz comedor de pulgones y otras plagas que conocemos, mayor incluso que la larva de la mariquita.
Es difícil ver una larva de crisopa en acción. Se ocultan a la mirada de intrusos y hormigas —defensoras de los pulgones— recubriéndose con los restos quitinosos de sus víctimas. Algo así como si Jack el Destripador se engalanara con el hígado, el bazo o el páncreas de las pobres doncellas que tuvieron el infortunio de cruzarse en su camino. Pero aunque no las veamos, ellas continúan su labor incesante de destruir pulgones, en número acorde con su metabolismo, que en dos palabras podemos resumir como im-presionante.

Nuestra amiga se ha granjeado una buena reputación a nivel internacional. Así, en Inglaterra y Estados Unidos se la denomina “Ojos dorados”; en Centroeuropa “Alas de encaje” y “Lobo de los pulgones”. Y en China algo así como: Ligero cuerpecillo que mece la suave brisa los cálidos días del estío…

La crisopa y yo

Comenzamos a verla hacia finales de verano y principo del otoño, cuando busca un lugar agradable para pasar el invierno. Suele equivocarse y toma nuestra casa por un centro de acogida para crisopas. Eso es un halago, porque la crisopa no elige cualquier sitio para pasar los rigores invernales. Si usted es un amante de los animales y la encuentra en mitad del salón, no la devuelva amorosamente a la calle; viene, precisamente, huyendo de ella. Llévela a un lugar tranquilo y abrigado en donde pueda pasar los fríos invernales y en el cual, una vez llegada la primavera, pueda regresar al exterior. No se preocupe por su dieta; al contrario que su larva, puede pasarse sin comer mucho tiempo.

¿Qué más podemos hacer por la bondadosa crisopa? Podemos respetar sus huevos. Aunque esta medida no es para amantes de los insectos sino sólo para fanáticos. Verá. Existen muchos insectos que colocan sus huevos al final de un fino pedúnculo adherido a una hoja, una pared o una cortina. En general están perfectamente ordenados, en fila india. Pero la crisopa los deja al azar, salteados, sin colocar. De manera que debe dar a su asistenta las instrucciones precisas para no echar a perder una preciosa camada de crisopas:

“Braulia; huevos ordenados, ¡fuera! Huevos en formación caótica, ¡respetar!”

Bromas aparte, cuidar de una crisopa adulta es suficiente para garantizar 3 puestas anuales, lo que significa una buena cantidad de individuos. Y, como solemos decir a menudo en esta sección, no es necesario que haga nada bueno por el insecto; con que no lo mate, es suficiente.

Los anfibios de Colmenarejo

COLMENAREJO: UN LUGAR DE PRIVILEGIO

En un censo realizado recientemente por expertos del Museo de Ciencias Naturales, Colmenarejo aparece como uno de los lugares con mayor cantidad de hábitats de anfibios de la Comunidad de Madrid, y el mejor dentro del Parque del Guadarrama. Son esas pequeñas charcas que se secan en verano, la mayor parte simples excavaciones para recoger el agua y dar de beber al ganado, cuando lo había. Estas charcas, muchas de apenas dos metros cuadrados, tienen una importancia enorme, ya que sin ellas los anfibios no podrían reproducirse y acabarían desapareciendo.

Conservar estos lugares húmedos, evitar su degradación por vertidos y urbanización, debe ser uno de los objetivos principales de cualquier programa medioambiental, ya que los anfibios, además de otras consideraciones, son de gran utilidad para el ser humano, y representan el mejor control sobre las plagas de insectos nocturnos perjudiciales. Uno de los factores de crecimiento del mosquito transmisor de la leishmaniosis, enfermedad incurable del perro que puede afectará hombre, es el declive en las poblaciones de sapos.

SAPO COMÚN

Es, hoy en día, el menos común de nuestros sapos. Sus costumbres migratorias, que llegan a llevarlo a más de 6 kilómetros de sus lugares de reproducción, hace que resulte muy vulnerable a los atropellos. Es una especie que, de seguir así las cosas, pronto estará en peligro de extinción. Le gusta frecuentar los jardines, donde resulta muy beneficioso. Las hembras son las de mayor tamaño de todos los sapos.

SAPO CORREDOR

Se llama así porque no salta; anda. También se identifica por la línea verde o amarillenta que recorre su espalda. Es la especie de anfibio más abundante en Colmenarejo. Prefiere reproducirse en pequeños charcos de lluvia, e incluso los formados por roderas de coche en los caminos. Pone miles de huevos que en los años secos, como este, se pierden en su totalidad.

SAPO DE ESPUELAS

Para muchos, el más bonito de los sapos. Es inconfundible por dos pequeñas protuberancias corneas de color negro en sus patas traseras .De ahí el nombre. Las utiliza para enterrarse, como hacen la mayor parte de sapos. Pero él es capaz de profundizar a más de un metro, y esperar así durante muchísimo tiempo a que las condiciones de humedad sean las favorables para la reproducción. Le podemos ver, con suerte, en las proximidades de charcas grandes y arroyos remansados. Sus renacuajos son los más grandes.

SAPO PARTERO

Tradicionalmente ligado a los cursos de aguas limpias, se ha tenido que ir adaptando y hoy es posible encontrarle en abrevaderos y charcas, además de en el curso bajo del Aulencia. Proyecto Verde no ha llegado a verle, ni aparece en el censo del Museo, pero sabemos que está censado hace años y recientemente le hemos oído cantar en la zona central del municipio. Es el único sapo que cuida sus huevos hasta su eclosión, llevándolos sobre el lomo. Es muy escaso y difícil de ver.

RANA VERDE

Es el único anfibio que podemos ver normalmente de día en las charcas (además de renacuajos y larvas del resto de especies), y es el más ligado al agua. No obstante también es capaz de hacer recomidos importantes en busca de algún lugar encharcado. En años de sequía llega a colonizar arquetas de riego y estanques de los jardines.

TRITÓN JASPEADO

Es el más bonito de los tritones. El macho desarrolla una espectacular cresta durante la época de celo. Pasada esta, el tritón jaspeado abandona la charca y se oculta en lugares húmedos y sombríos, permaneciendo cerca de la charca mientras es joven, para alejarse considerablemente después. Podemos verle excepcionalmente en el jardín, en arquetas, sumideros, etc.

GALLIPATO

El más espectacular, primitivo y mayor de nuestros anfibios. Llega a medir más de 30 cm. Es una especie exclusiva de la Península Ibérica y es relativamente abundante en Colmenarejo. Podemos verles en las charcas desde enero a abril, más o menos. Luego desaparece. Los científicos no tienen claro qué hace; algunos afirman que realiza migraciones similares a las del sapo común. Posee un primitivo mecanismo de defensa consistente en perforar su piel con sus propias costillas, liberando un líquido irritante que disuade a sus enemigos. Es un voraz depredador de cuántos animalillos pueblan la charca.

LOS ANFIBIOS Y EL VENENO

Es tradición en muchos lugares, achacar a los sapos y anfibios todo tipo de peligros y supersticiones, desde el de envenenar el agua de los pilones hasta echar a perder la fruta. Todos los anfibios poseen glándulas venenosas en la piel, con el fin de que no se los coman los depredadores. Algunos sapos pueden llegar a soltar (no lanzar ni escupir) un líquido capaz de irritar los ojos si entra en contacto con ellos. Esto es todo. Por tanto, si no tienes pensado comerte los sapos o los tritones, y te lavas las manos después de tocarlos, no tienes absolutamente nada que temer. Nada.