Mariquitas

pulgones y mariquita
pulgones y mariquita

En general —salvo tal vez individuos verdaderamente malvados, con un perfil psicológico dañino, capaces de acelerar en los pasos de cebra al paso de un colegio y de vender leche para bebés caducada— todo el mundo quiere a las mariquitas. Es un insecto que cae bien. Y, ¿por qué cae bien? Pues vaya usted a saber.

¿Me quieren por lo que soy?

No pensamos que se respeta a la mariquita por su contribución efectiva al control de plagas. Eso lo saben los entomólogos, los agricultores comprometidos con la ecología y los expertos en la lucha biológica contra plagas. Al resto, la mariquita nos parece simplemente simpática y por eso no la pisamos, la dejamos evolucionar entre nuestros dedos y cuando parte volando con esa torpeza propia de los escarabajos, sentimos una satisfacción que sólo el rey de la selva es capaz de sentir: “Vuela libre, mariquita, yo te lo permito”. La buena de la mariquita no sabe la suerte que tiene de caernos bien. Y nosotros tenemos aún más suerte de que la mariquita nos caiga bien, porque ella hace por nosotros mucho más que nosotros por ella.

 

La mariquita es un Coleóptero, el orden más nutrido de los insectos con más de 250.000 especies conocidas (échele otras 100.000 que nos quedaremos sin conocer, al paso que vamos). Parientes de la mariquita son los insectos más grandes, como los escarabajos Hércules o Goliat, con más de 100 gramos de peso (¿se imagina?) y también algunos de los más diminutos, con apenas medio milímetro de longitud.

Nuestra simpática mariquita es, como todos los escarabajos, capaz de volar. Prefiere deambular por los tallos repletos de pulgón, pero si se la molesta o las hormigas se ponen muy pesadas, abre sus elitros (las falsas alas típicamente decoradas), despliega sus alas, y a volar.

El lado desagradable de la mariquita

La amable mariquita tiene una paciencia limitada. Si se la incordia mucho se va volando, como ya hemos comentado, pero si se persiste o incluso se le hace daño y no se la permite volar, se defiende con el recurso de los seres heróicos: con su propia sangre. Realiza una sangría voluntaria, de un color ocre y de un olor desagradable y persistente que invita a dejarla en paz. Ella lo avisa —para eso son esos colores tan llamativos— y el que avisa no es traidor.

Las mariquitas son varias, aunque la más común es la roja con siete puntos. Linneo, el padre de la taxonomía (la ciencia de nombrar y clasificar especies) se fijó en el número de puntos para denominarlas. Y así, a la de siete puntos la llamó septempunctata; a la de dos puntos, bipunctata; a la de veintidós, vigintiduopunctata; y cuando al bueno de Linneo le tocó contar los de una variedad verdaderamente repleta de puntos negros se lió y contó veinticuatro puntos, por lo que la llamo vigintiquatuorpunctata. ¡Vaya por Dios! La Subcocinella vigintiquatuorpunctata puede tener dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve e incluso veinte puntos, pero nunca veinticuatro. ¡Nadie es perfecto!

La mariquita es una formidable arma para la lucha biológica contra las plagas. En algunos viveros, dónde la fumigación acabaría con los insectos polinizadores y, por tanto, con la producción hortícola, se utiliza a la mariquita para frenar el avance del pulgón, la cochinilla y otros insectos capaces de producir plagas.

Ya sabemos por qué nos tiene que caer bien la mariquita. Su larva es aún más voraz. La identificará fácilmente: es alargada, negra y con algunos puntos naranjas.

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