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1999 Primeras jornadas micológicas

La propuesta nació del entonces socio de Proyecto Verde, Paco, más conocido como Pacosetero. Su propuesta se articulo como una pequeña exposición y una charla con diapositivas sobre las setas en general. Necesitábamos un local que pudiera oscurecerse para proyectar, con mesas para poner la exposición y suficientes sillas para una afluencia prevista de unas 40 personas.
El único local municipal, disponible entonces, que cumpliera estos requisitos era el Centro de Día de la Tercera Edad.
La asistencia superó las 80 personas, quedando el local absolutamente pequeño.

2000 Segundas jornadas micológicas

En el 2000, el reto era ofrecer algo nuevo a una previsión de público de unas 150 personas. Comenzamos buscando local. De los edificios municipales disponibles, el único que podría haber servido era el Centro Cívico, pero se nos denegó por incompatibilidad con el bar existente. Entonces volvimos la mirada a la Residencia de Estudiantes. Habíamos tenido algún contacto totalmente infructuoso con su anterior director, pero recientemente había cambiado la dirección, y las referencias que teníamos del nuevo responsable eran excelentes. Iba a ser la primera actividad a celebrar en la residencia y no iba a ser cualquier cosa. Las Jornadas proyectadas ocupaban todo el fin de semana. Habría una conferencia en el auditorio, actividades para niños, como taller de pintura y otros. Un maratón de identificación de los ejemplares que nos llevase la gente, y una macro-exposición con más de 300 especies, colocadas sobre planchas de césped. La organización era complicada, pero las instalaciones son excelentes y la disposición del director y el resto de personal de la Residencia mejor todavía.

Se celebraron las Jornadas, con un éxito de público sin precedentes en Colmenarejo. A la conferencia asistieron más de 90 personas, y la exposición fue visitada por 300 personas. Sin mencionar el taller de pintura para niños y la posterior exposición de sus obras.

En la organización trabajaron cerca de 20 socios de Proyecto Verde y simpatizantes, y el perfecto desarrollo de la actividad fue el comienzo de una fructífera relación entre la Residencia de Estudiantes de la Universidad Carlos III y Proyecto Verde.

 

2001 Terceras jornadas micológicas

El techo de las Segundas Jornadas parecía inalcanzable… pero se superó. Paco nos había abandonado hacía tiempo y estábamos huérfanos de “micólogos”. Pero llegaron Nico y Ana, los biólogos que habían ganado el II Maratón Botánico. Nico había impartido muchos cursos sobre micología y ambos se ofrecieron a colaborar desde el primer momento. Se programó un seminario intensivo de Micología para el sábado, una salida al campo para identificar especies el domingo y una degustación de cocina con setas para después de la salida.

La conferencia congregó a más de 150 personas. Incluso el salón de actos se quedó pequeño y hubo que habilitar la sala contigua.

Entre tanto, cerca de una treintena de niños participaban en actividades de educación ambiental en la guardería montada por Proyecto Verde al efecto, en una sala cercana. La salida del domingo arrojó una participación masiva, con más de 90 personas.

Entre tanto, en el restaurante de la Residencia se preparaba la degustación. Previamente, habíamos contactado con un mayorista de setas al que habíamos encargado varias especies de setas. Unas fuertes heladas tempranas provocaron la práctica desaparición de Boletus y otras especies que habíamos seleccionado, de manera que a una semana de la degustación no había setas. Recurrimos a la importación, a surtidos congelados y a la recolección propia. Finalmente se celebró la degustación, magistralmente cocinada por Salones Valmayor, con un menú de arroz con setas variadas, macrolepiota rebozada, cazoletas de trompetilla de los muertos y revuelto de lengua de gato. ¡Total casi nada!.

Alrededor de 10 personas (la mayoría socios de Proyecto Verde pero también algún colaborador espontáneo que se apiadó de nosotros ante la avalancha que se nos vino encima) sirvieron 350 raciones en el comedor de la residencia.

2002 Cuartas jornadas micológicas: Excursión



Nico nos explica cómo tenemos que recoger las setas:

-Si no la conoce perfectamente, no la coma.
-No arranque las setas. Córtelas cuidadosamente, y el año próximo el hongo volverá a fructificar, como si de un árbol frutal se tratase.
-No emplee bolsas de plástico para recolectar las setas. Se le romperán, ensuciarán y fermentarán. Lo ideal es la clásica cesta, que además ayuda a su regeneración.
-No recolecte ni consuma setas que estén cerca de carreteras, en jardines públicos, próximos a minas, fundiciones, incineradoras, aeropuertos, etc. El contenido de metales pesados (plomo, mercurio y cadmio) aumenta en estas circunstancias.
-No patear o destruir las setas, ni siquiera las venenosas.
-No utilice rastrillos para recolectar níscalos. Es una auténtica salvajada ecológica.
-No recolecte más de lo que sea capaz de consumir.
-No haga caso a los tradicionales métodos de cucharita de plata, el ajo, el vinagre, la cocción prolongada, etc. Son absolutamente falsos. La única forma de saber si una seta es comestible o no, es conocerla perfectamente.
-Compruebe a su llegada a casa uno por uno todos los ejemplares. Deseche los trozos pequeños.
-Si sospecha una intoxicación, acuda inmediatamente a URGENCIAS de un gran hospital y solicite la presencia de un micólogo. Llevar los ejemplares que guardó en el frigorífico, restos que haya en la basura o muestras de vómitos en un recipiente.

Pilas y acumuladores

En nuestra vida cotidiana estamos rodeados de aparatos de todo tipo que utilizan las pilas como fuente de energía: el reloj, el walkman, la radio, la linterna, los juguetes,…

Todos ellos necesitan una fuente de energía móvil, no dependiente de la proximidad a un enchufe. Estamos hablando de las pilas.

Básicamente existen dos tipos de pilas, en función de su posibilidad de ser recargadas: las pilas no recargables o primarias (que a lo largo de este artículo denominaremos simplemente pilas) y las pilas recargables o secundarias (a las que llamaremos en este artículo acumuladores).

¿Qué son?

Las pilas y los acumuladores son dispositivos que transforman la energía de una reacción química en electricidad. Los acumuladores tienen una función secundaría: utilizan la electricidad para invertir la citada reacción química. Casi todas contienen aditivos para mejorar sus prestaciones: gelificantes para evitar que se licuen y que el líquido estropee el aparato, o productos para evitar la corrosión del metal que constituye el envoltorio de la pila o acumulador.

Principales tipos de pilas

Pila Leclanché o pila seca, inventada por el químico francés Georges Leclanché en la década de 1860. Es la pila común de bastón no alcalina, suele ser de 1,5 voltios.

Pila alcalina. Es muy potente, tiene aproximadamente la capacidad de 3,5 pilas secas. Se ha ido mejorando con el tiempo, y ahora posee mucho menor contenido de metales pesados que en sus comienzos. Se presenta en forma de bastón.

Pilas de botón. Son las que se utilizan en aparatos de muy pequeños o de muy bajo consumo ya que, por su tamaño, éstas tienen poca capacidad. Hay varios tipos: la pila de zinc-óxido de mercurio, conocida normalmente como pila de mercurio, la pila de óxido de plata, que es la más utilizada, la pila de litio, que es más grande y plana que las otras y mucho más potente y duradera.

Principales tipos de acumuladores

Níquel-Cadmio (NiCd). Son los acumuladores estándar. Contienen entre 15% y 20% de cadmio y proporcionan una corriente de 1,2 V (menos que las pilas). A pesar de su menor voltaje son adecuados para reemplazar las pilas en la mayoría de los casos. Tienen un efecto memoria importante (pierden eficacia si los recargamos sin estar completamente descargados) y tienen una vida mucho más corta que los NiMH. Sin usarse pierden un 1% de su carga cada día.

Níquel-Metal-Hidruro (NiMh). Tienen una potencia energética entre 20 y 30 % mayor que los de NiCd. El cadmio se ha reemplazado por hidrógeno. Su potencia y longevidad son superiores a los de NiCd, y además no tienen efecto memoria, es decir que podemos recargarlos en cualquier momento sin que se estropeen. Tienen el inconveniente de no soportar temperaturas superiores a 45ºC. Necesitan un cargador especial, no sirven los de NiCd, hay cargadores mixtos que sirven para los 2 tipos de acumuladores pero debe estar indicado expresamente.

Ion-Litio (Li Ion). Son los utilizados por los teléfonos móviles, ordenadores portátiles o cámaras de vídeo. Ofrecen una gran capacidad en relación a su tamaño y peso. Son muy caros y se suelen cargar sin sacar del aparato al que alimentan.

Plomo-ácido. Normalmente utilizadas en automóviles, sus elementos constitutivos son pilas individualmente formadas por un ánodo de plomo, un cátodo de óxido de plomo y ácido sulfúrico como medio electrolítico.

¿Qué es el efecto memoria?

Se produce en las baterías NiCd, y ocurre al recargar un acumulador que no se ha agotado suficientemente. Si un acumulador que se ha gastado hasta el 20% de su capacidad se recarga, su capacidad se reducirá a un 80% del valor inicial. Esto se debe a que los cristales de níquel y cadmio se acumulan y crecen, lo que termina por romper el separador aislante y producir altos niveles de autodescarga (la descarga que se produce automáticamente aunque no se usen). Es recomendable el uso de cargadores con función de descarga de los acumuladores antes de recargarlos.

Los acumuladores de NiMH y LiIon no tienen cristales por lo que no se produce el efecto memoria, así que podemos recargarlos en cualquier momento sin que pierdan eficacia. Es el caso de las baterías de los ordenadores portátiles y teléfonos móviles.

¿Qué pilas tienen más capacidad?

La capacidad de una pila es la cantidad de energía que ésta puede almacenar. La unidad para medir la capacidad en las pilas suele ser el mAh o mili amperio hora. Si insertamos una pila de 2.000 mAh en un aparato cuyo consumo es de 100 mA, éste podrá funcionar durante 20 horas.

Por regla general los acumuladores de LiIon son los que tienen mayor capacidad en relación a su tamaño, por ello se utilizan en ordenadores y teléfonos móviles, que son grandes consumidores de energía. Desgraciadamente no existen en formatos universales, y hay que usar siempre un modelo de acumulador específico para cada aparato.

Si hablamos del formato de pila más usado, el AA (el que encontramos en la mayoría de CDs, casetes, radios portátiles y gran parte de juguetes, cámaras de fotos digitales…), la pila alcalina es la que más capacidad tiene, entorno a 2.500 mAh, seguida por el acumulador de NiMH con una capacidad alrededor de 2.000 mAh, y por último el acumulador de NiCd con 700 mAh aproximadamente. Sin embargo, pese a la aparente (pequeña) ventaja de las pilas alcalinas frente a los acumuladores de NiMH en cuanto a la capacidad, en aparatos que consumen mucha energía, como las cámaras digitales, son los acumuladores de NiMH los que tienen una mayor autonomía, que puede superar en 3 o 4 veces a la de las pilas alcalinas. Esto es debido a que las pilas no soportan un gran flujo de energía, y se agotan con rapidez, por lo que su uso en tales aparatos es totalmente desaconsejable. Los fabricantes de pilas han intentado paliar este problema sacando modelos de pilas que dicen son recomendables para este tipo de aparatos. En general no es del todo así, ya que suelen durar solo un 30% más, pero el incremento de precio es muy grande.

Hay un segundo factor que afecta a la capacidad de las pilas y acumuladores y que nos puede ayudar a decidirnos por uno u otro: la auto descarga, o perdida de carga cuando no se usa. Así, los acumuladores de NiCd pierden un 10% en las 24 horas siguientes a su recarga (a temperatura ambiente), y luego un 10% por mes. Además, en situación de temperatura elevada, la auto descarga se duplica cada 10 ºC. El caso de los acumuladores de NiMH es algo peor, ya que su nivel de auto descarga es de un 30% superior a los de NiCd. Los acumuladores de LiIon se comportan mucho mejor, ya que solo pierden un 5% en las primeras 24 horas y luego 1% a 2% al mes, a lo que hay que añadir un 3% que consume el circuito de protección.

La conclusión de lo anterior es que no hay un tipo de pila idóneo para todos los usos, aunque sí hay un tipo de acumulador que podemos descartar: el NiCd, por su baja capacidad, su gran efecto memoria y su composición más contaminante. Como norma general, podremos usar ventajosamente los acumuladores de NiMH en prácticamente cualquier tipo de aparato excepto aquellos con un bajísimo consumo de energía, como los mandos a distancia o relojes.

¿Son ecológicas las pilas?

La fabricación de pilas necesita de un aporte de energía mucho mayor del que generarán éstas durante su utilización. Asimismo, para su producción se utiliza una gran cantidad de materias primas escasas, caras y no renovables como la plata o el platino.

La eliminación de estas pilas por incineración o desecho produce la liberación de sus componentes al medio ambiente, con el correspondiente daño para la salud. Entre estos componentes se encuentran varios metales pesados, algunos de ellos reconocidos como extremadamente tóxicos, cancerígenos, mutágenos o alergenos: cadmio, mercurio (usado como conservante), plomo, zinc, níquel,… Desgraciadamente, la mayoría de los usuarios opta por las pilas desechables, que solo en nuestro país suponen 2.500 toneladas anuales.

Además, estos metales son muy persistentes, una sola pila de botón puede contaminar 400 litros de agua o un metro cúbico de tierra durante 50 años. 1 kg de pilas usadas puede contaminar entre 10 y 20 metros cúbicos de tierra…

Se calcula que las dos terceras partes de las pilas usadas acaban en vertederos o en plantas incineradoras, con la consecuente contaminación de las capas freáticas y la atmósfera, respectivamente.

¿Son rentables las pilas?

Pocas cosas hay tan poco rentables como las pilas. Hacer funcionar un mismo aparato enchufándolo a la red en lugar de hacerlo con pilas puede resultar de 100 a 100.000 veces más rentable.

Coste de utilización

Aunque el precio de compra de unos acumuladores y de un cargador supone un gasto importante, éste será amortizado rápidamente. Vamos a verlo con un ejemplo práctico:

Los precios que indicamos a continuación no son exactos y nos servirán sólo para establecer un orden de magnitud.

Vamos a pensar en un reproductor de casete portátil que se usa durante 2 horas al día, lleva 2 pilas de tipo AA y consume 250 mA.

  • Precio de una pila alcalina: 0,70 Euros
  • Precio de un cargador: 25 Euros
  • Precio de 1 acumulador NiMH: 3 Euros
  • Establecemos un periodo de vida de 10 años para el cargador y de 250 cargas para los acumuladores.

A partir de estos datos elaboramos la siguiente tabla:

Coste anual Duración de vida
Pila alcalina 63,87 Euros 8 días
Acumulador NiMH 3,70 Euros 4 años

Como vemos, los acumuladores resultan muy interesantes desde un punto de vista puramente económico.

En realidad el cálculo resulta aun más optimista si el cargador lo utilizamos con más de un juego de acumuladores para distintos aparatos. Otro caso todavía más favorable para los acumuladores es el de los aparatos de alto consumo, en el que su eficacia se mantiene, pero no así la de las pilas, que se ve reducida a la tercera o cuarta parte.

Además, desde un punto de vista ecológico no hay duda: en el caso anterior utilizaríamos 91 pilas por año o 0,4 acumuladores al año… 228 veces menos desechos. Y no sólo eso, los acumuladores NiMH no contienen metales pesados, por lo que son menos contaminantes.

¿Las pilas son reciclables?

En la Comunidad Europea tiramos cada año 200.000 toneladas de pilas (recargables o no). Su reciclaje depende en buena manera de la actitud del consumidor. Sólo se reciclan las que se depositan en los contenedores especiales.

Las pilas son la fracción más contaminante de nuestros desechos domésticos. Su reciclaje permite evitar que una serie de sustancias peligrosas pasen al medio ambiente: mercurio, cadmio, zinc, plomo,…

Por otro lado, el reciclaje de las pilas supone un gran ahorro de materias primas: el tratamiento de 100 toneladas de pilas permite recuperar 39 toneladas de hierro-manganeso, 20 toneladas de zinc, 2 toneladas de escoria y 150 kg de mercurio.

Consejos

Evitar los aparatos que funcionen exclusivamente con pilas.

Evitar a toda costa las postales con música y otros artilugios innecesarios que funcionen con pilas-botón.

Si compramos un aparato a pilas, utilicemos, si es posible, acumuladores NiMH o de Ion-Litio. No siempre es aconsejable el uso de acumuladores: en el caso de aparatos de muy bajo consumo o que se utilizan muy poco, los acumuladores no serían efectivos debido a su alto nivel de autodescarga (es el caso de los mandos a distancia de televisores o vídeos).

No tirar nunca las pilas a la basura, depositémoslas siempre en contenedores apropiados.

No intentar nunca recargar una pila no recargable.

No mezclar pilas o acumuladores de distintas marcas o con diferente carga.

La mayoría de usuarios de ordenadores portátiles los utilizan casi todo el tiempo como ordenador fijo, funcionando siempre conectados a la red eléctrica. Estos ordenadores están equipados de un acumulador LiIon, al que no le gusta nada estar siempre cargado al 100%. Si queremos prolongar la vida de estos acumuladores lo mejor es… no usarlos, es decir, quitarlos del ordenador (esto se puede hacer en la mayoría de los portátiles). Y antes de quitarlo, lo mejor será esperar que su carga sea aproximadamente de un 40%, que es el punto óptimo para asegurar su longevidad.

Protección de la atmósfera: la capa de ozono

Bajo la atmósfera que recubre la Tierra, la vida se ha desarrollado desde hace millones de años. Ha sido esa capa de gases la que junto con una adecuada temperatura, agua líquida, oxígeno y presión adecuados, ha permitido que miles de especies viviesen y evolucionasen sobre su superficie.

Bajo esta misma atmósfera, los seres humanos hemos desarrollado una tecnología que nos permite valorar cómo se están modificando los gases que la forman y cómo somos nosostros mismos los que, igual que la estamos deteriorando, podemos poner freno a su destrucción.

Del espacio nos llegan radiaciones de muy variado tipo y que no son nocivas si no son emitidas por una fuente muy intensa: infrarrojas (proporcionan calor); microondas (parecidas a las que utilizan los hornos del mismo nombre); de radio (las que utiliza la radio, televisión , teléfonos móviles); y radiaciones visibles (ondas luminosas).
Hay, en cambio, otro tipo de radiaciones invisibles, que tienen mucha más energía, y que sí resultan peligrosas para la vida. Son los rayos ultravioleta, los rayos X y las radiaciones gamma.

Afortunadamente, la atmósfera de la Tierra absorbe la mayoría de estas radiaciones, dejando pasar sólo las visibles y las de radio y reteniendo, sobre todo, la que nuestra estrella más cercana, el Sol, nos envía diariamente, la radiación ultravioleta.

El ozono de nuestra atmósfera es el encargado de que esta radiación ultravioleta no llegue nunca a la Tierra.
Este gas de color azul claro, de olor irritante, está formado por tres átomos de oxígeno y es irrespirable. Se concentra en la una zona de la atmósfera que llamamos capa de ozono, situada a una altura comprendida entre 15 y 40 kilómetros, aunque también aparece en zonas más bajas, en ambientes urbanos muy contaminados y cerca de los rayos de las tormentas.

El ozono se forma gracias a la incidencia de los rayos ultravileta sobre los átomos de oxígeno, ya que estas radiaciones tienen la energía necesaria para que se produzcan los enlaces químicos. La capa de ozono debería ser más espesa en la zona de los polos, siendo mínima en el ecuador.

Hay tres tipos de radiaciones ultravioletas, las más peligrosas (UVC) son absorbidas en su totalidad por la capa de ozono, las siguientes (UVB), entre un 80-90 %, y las últimas (UVA), las menos peligrosas, llegan a la Tierra en su totalidad.

Estas dos últimas son responsables de la aparición de quemaduras, cáncer de piel, lesiones oculares, alteraciones del sistema inmune, modificaciones de los niveles de fitoplancton, etc.

El deterioro sufrido en las últimas décadas de la capa de ozono, está directamente relacionado con el vertido indiscriminado de contaminantes a nuestra atmósfera.

Hay una serie de compuesto químicos que reaccionan con el ozono y lo destruyen. Son el bromo atómico, oxído nítrico y algunos compuestos de cloro.

El bromo se utiliza en compuestos que son muy eficaces en la extinción de fuegos, no reaccionan con los agentes de aire y no son disueltos por el agua, por lo que llegan hasta la estratosfera con cierta facilidad, descomponiéndose por las radiaciones solares y liberando átomos de bromo, capaces de destruir el ozono.
El bromuro de metilo es un plaguicida que se utiliza en agricultura y también para eliminar insectos en edificios. El utilizar estrategias más ecológicas para el tratamiento de plagas revertirá, sin duda, en la protección de la capa de ozono.

El óxido nítrico procede de la transformación del óxido nitroso sometido a la radiación ultravioleta. El óxido nitroso es bastante estable y alcanza la estratosfera con facilidad. Se produce en muchos procesos biológicos del suelo, en la quema de productos orgánicos, industrias y también lo emiten de modo natural, los océanos.

Algunos compuestos que poseen cloro, son los más peligrososo para la capa de ozono.

Podemos destacar el tetracloruro de carbono, que se utiliza en la limpieza en seco y que está prohibido en los países desarrollados; el tricloroetano, que se utiliza en la limpieza de metales; y los más peligrosos, los clorofluorocarbonos (CFCs) o freones.

Estos últimos son gases, que como su nombre indica, están formados por cloro, flúor y carbono, son muy estables y no tóxicos. Este comportamiento químico hace que se hayan utilizado como refrigerantes en neveras y aires acondicionados, inyectado en plásticos aislantes para formar las tan conocidas bandejas de “corcho blanco” y usado masivamente como propulsores en sprays. Todos los CFCs han terminado por llegar a la atmósfera y dañado la valiosa capa protectora de ozono.

En los países industrializados se ha prohibido el uso de los CFCs para la emisión de colonias, desodorantes, lacas y demás sprays, pero los países en vías de desarrollo tienen una moratoria en los tratados internacionales en los que se prohíbe el uso de estos productos. La consecuencia de esto ha sido clara: las cantidades de cloro en la estratosfera se han duplicado desde 1970.

La capa de atmósfera más cercana a la superficie, la troposfera, es el lugar que utilizamos para verter nuestros desperdicios gasesos, muchos de ellos contaminantes. Estas sustancias no suelen llegar a capas más altas, ya que la inversión térmica que se produce según subimos hacia la estratosfera, la lluvia o compuestos muy reactivos que pueden encontrar en el camino hacen que se descompongan. Pero los CFCs son muy estables y alcanzan la estratosfera, donde pueden durar entre 50 y 500 años. Allí la radiación ultravioleta alcanza estos productos liberando el cloro que reacciona con el ozono, destruyéndolo.

El agujero de ozono
Gracias a nuestra tecnología espacial, a finales de todos los meses de septiembre, coincidiendo con la llegada de la primavera austral, hemos observado sobre la Antártida un enorme agujero en la capa de ozono.

Es fácil entender las consecuencias gravísimas que tiene la llegada de radiaciones ultravioletas a la superficie de la Tierra, que se inician con la alteración del fitoplancton marino, del que se alimentan miles de especies repartidas por el planeta.

Los científicos están de acuerdo en que este agujero no se puede ensanchar mucho más. Tiene el tamaño de Europa y en la parte de la estratosfera donde se produce, el ozono ha desaparecido casi por completo.

El descubrimiento del agujero de ozono fue hecho entre 1984 y 1985 por Joe C. Farman y sus colegas de la Misión Antártica Británica. Este descubrimietno fue una sorpresa para todo el mundo, especialmente para la comunidad cienfífica, que no supo poner los medios para evitarlo.

Las primeras sospechas de que este proceso no era natural se confirmaron, tras una serie de análisis realizados en el aire de la Antártida.

El agujero de ozono es un fenómeno estacional que está íntimamente relacionado con el clima del Polo Sur. En el invierno y en la estratosfera se alcanzan temperaturas de –90º C, lo que favorece que el cloro que está allí, pase de sus formas químicas inactivas a las activas. Una vez que el cloro está en forma activa y gracias a la energía de los rayos UVA, se produce la reacción que destruye masivamente el ozono. Esta situación se hace evidente al llegar la primavera. Con la llegada del verano, el cloro pasa a sus formas inactivas, restableciéndose la capa protectora hasta la siguiente primavera.

Es posible que en breve, se pueda detectar un agujero en el Ártico si seguimos con el ritmo de destrucción de la capa de ozono.

Muchos nos hemos preguntado si nuestra tecnología no sería capaz de reconstruir lo dañado, pero la respuesta hoy por hoy, es no. El agujero es tan grande como Europa y tan alto como el Everest. La fabricación de ozono en la superficie de la Tierra tendría un enorme gasto energético y además el ozono es un gas que se descompone con facilidad, por lo que su transporte es complicado.

Todo esto hace que las medidas tomadas por las autoridades competentes hayan sido preventivas. Diversos tratados internacionales han regulado la producción y utilización de productos contaminantes, aunque los países en vías de desarrollo tienen una moratoria, hasta que su economía les permita fabricar sustancias menos nocivas. Esto favorece la existencia de un mercado negro, que pone en riesgo la eficacia de las medidas adoptadas.

A nadie se le escapa la pregunta de ¿por qué los países industrializados no prestan su tecnología a los países menos desarrollados para la fabricación de productos que no alteren la capa de ozono?
La respuesta, como decía la canción, está en el viento… con CFCs.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos?
Habría unas cuantas cosas que ayudarían a no lesionar más la capa de ozono y que repercutirían a corto o largo plazo sobre nuestra salud:
• Informarnos de que el gas refrigerante que utiliza el frigorífico o aparato de aire acondionado, que vamos a comprar no tiene CFCs.
• Comprar srays que no contengan CFCs.
• Comprar goma espuma en cuya composición no haya CFCs.
• Sustituir plaguicidas artificiales por naturales.
• Evitar los “corchos blancos” que se utilizan como envoltorios de las comidas y que tienen CFCs.
• No tomar el sol al mediodía y utilizar cremas protectoras.

Alarma social por la instalación de antenas y torres de telefonía móvil: soluciones que el derecho puede dar a este problema

La preocupación de los ciudadanos por la instalación cerca de sus viviendas, colegios y lugares de trabajo, de estaciones base de telefonía móvil, se ha incrementado de forma espectacular en los últimos tiempos (paralelamente a lo que está sucediendo en otros países industrializados).

Muchas personas y sus familias viven con miedo en unos hogares que sienten que no son seguros, y que reciben unas emisiones cuyas consecuencias sobre la salud a largo plazo, están todavía investigándose. Se producen enfrentamientos entre vecinos del mismo edificio o de edificios colindantes, se presentan denuncias a los Ayuntamientos, se suceden las manifestaciones, protestas, recogidas de firmas… Finalmente, algunos, cansados de enfrentamientos y tensiones, optan por huir literalmente de sus hogares, y cambiar de residencia, incapaces de vivir con esa incertidumbre y ese miedo continuos.

¿Cuál es el motivo de esta creciente preocupación y temor a las antenas de telefonía móvil?

En mi opinión, este temor se produce por tres factores:
• Por la incertidumbre científica sobre los perjuicios para la salud. No existe acuerdo científico sobre si los efectos no térmicos (derivados de exposiciones prolongadas a niveles muy inferiores a los que permiten las normas internacionales) pueden producir enfermedades, y en todo caso, se recomienda seguir investigando. Los ciudadanos sienten que están haciendo de conejillos de indias, y ante las dudas científicas, prefieren no vivir al lado de estas antenas y que se apliquen políticas de precaución.
• Por la falta de regulación, o por una regulación que se siente insuficiente, ya que tiene en cuenta sólo efectos térmicos e ignora los efectos no térmicos; porque los niveles límite que se permiten para exposiciones prolongadas de ciudadanos, por ejemplo 450 o 900 microvatios/cm2, son muy superiores a los que de forma precautoria permiten otros países y ciudades (0,1 microvatios/cm2 en Salzburgo; 4,2 microvatios/cm2 en Suiza; 10 microvatios/cm2 en Rusia y China, 60 a 100 microvatios/cm2 en Toronto…).
• Por la falta de información sobre lo que realmente se ha instalado o se va a instalar encima, o al lado de la vivienda o colegio, y lo que emite (el ciudadano, preocupado por esa instalación le pregunta al Ayuntamiento, a la operadora, al Ministerio, a la Comunidad Autónoma, y no obtiene respuesta, o se le dan respuestas vagas y pseudo-tranquilizadoras, sin informarle realmente de la frecuencia, la potencia, y los niveles de emisión que podrá recibir de forma continuada en su vivienda).

Todos estos factores, unidos, provocan miedo, alarma social entre la gente. Y este miedo y esta alarma provocan a su vez conflictos entre vecinos, enfrentamientos con los Ayuntamientos y administraciones, denuncias a las compañías instaladoras, etc.

Y aquí tenemos ya el campo abonado para que entre el derecho a actuar. Porque el derecho, existe precisamente para eso, para resolver o prevenir conflictos, bien mediante soluciones individuales (o judiciales), o bien mediante soluciones generales (o legislativas).

Soluciones judiciales (individuales)
En este caso, en el que no existe regulación, o en el que la regulación existente no se considera lo suficientemente protectora, el ciudadano tiene que acudir directamente al Juez, y demostrarle que se le están causando unos perjuicios, que no tiene obligación de soportar.

¿Cuáles serían estos perjuicios, derivados de la instalación en el propio edificio, o en edificios o terrenos colindantes de una estación base de telefonía móvil?
Básicamente, podemos dividirlos en tres tipos de perjuicios: daño físico, daño psíquico o moral, y daño patrimonial. Sin entrar ahora en otro tipo de consideraciones, como serían el sobrepeso en la estructura del edificio (en el caso de instalación en azoteas) o la alteración de elementos comunes (a utilizar en caso de antenas instaladas en comunidades de propietarios, con aplicación de la LPH), o la afección visual o paisajística a bienes protegidos, etc.

En cuanto al daño físico, derivado de las ondas emitidas por las antenas, es verdad que actualmente no se puede demostrar de forma concluyente. Pero lo cierto es que existen numerosas investigaciones científicas en curso, que no expondrán sus conclusiones hasta dentro de unos años. ¿Qué pasará si finalmente se demuestran en un futuro los efectos perjudiciales, como ha sucedido con el tabaco o el amianto? De momento, y es bastante significativo, las compañías de seguros excluyen de cobertura, en las pólizas de responsabilidad civil por instalación de estas antenas, los daños producidos por la “contaminación derivada de ondas electromagnéticas” y la “contaminación gradual”.

Derivado de la posibilidad anterior, es evidente que se puede producir ya un daño actual y moral (o psicológico) a las personas, que conocedoras de la incertidumbre científica, se vean obligadas a llevar un embarazo, o a vivir junto con sus hijos y familiares, en la cercanía de estas instalaciones. La imposición de este tipo de riesgo, “inaceptable” para algunas personas, puede conllevar un estrés y una ansiedad tales, que acaben a su vez derivando en trastornos y enfermedades físicas, u obligando a determinadas personas a abandonar unas viviendas de las que realmente no se quieren ir. La existencia de este daño moral o psicológico, es algo perfectamente constatable, y que los tribunales españoles están ya reconociendo en asuntos similares.

Finalmente, al extenderse el temor entre la población, por este tipo de instalaciones, se está produciendo también un fenómeno de devaluación del valor de las propiedades situadas en la cercanía de estaciones base de telefonía móvil. Muchos compradores huyen de estas viviendas, o se lo piensan dos veces antes de adquirirlas. Este es un dato que deben tener en cuenta los vecinos que autoricen la instalación, pensando en el dinero que el alquiler de la azotea va a producir a la comunidad. El mercado inmobiliario tiene sus propias pautas, y el temor, aunque pudiera calificarse de irracional o sin fundamento científico, aleja a los compradores.

¿Y cómo puede defender sus intereses una persona que se sienta perjudicada?
• Por un lado, antes de que se instale la estación base: Si se trata de una comunidad de propietarios, hay que informar (preferiblemente por escrito) al resto de propietarios de las consecuencias de la instalación, y porqué nos consideramos perjudicados. Conviene solicitar también por escrito (al administrador, al Presidente, a la operadora, al Ayuntamiento…) información específica y detallada sobre la instalación, y sobre la propuesta de contrato, para estudiarlo antes de la Junta. En definitiva, hay que moverse y utilizar todos los mecanismos que ofrece la LPH, sin olvidar que en caso de que finalmente se adopte el acuerdo (incluso aunque sea ilegal), tenemos unos plazos para impugnarlo ante el Juez (tres meses o un año). Transcurridos esos plazos sin impugnar judicialmente, es prácticamente como si hubiéramos consentido a ese acuerdo, siendo jurídicamente mucho más difícil anularlo. En el caso de que la estación base se vaya a instalar en la vivienda de enfrente, o en un terreno cercano, y consideremos que pueden afectarnos sus emisiones, debemos comunicarlo a los dueños, y solicitar información sobre la tramitación de la licencia al ayuntamiento, oponiéndonos a la concesión de la misma.
• Por otro lado, cuando la estación base está ya instalada (en nuestra azotea o en la vivienda o terreno de enfrente), es muy importante encargar a expertos una medición sobre los niveles de ondas electromagnéticas que esta instalación introduce en nuestra vivienda. Con estas cifras y el correspondiente informe en la mano, debemos acudir al Juez o al Ayuntamiento, y pedirles que adopten las medidas oportunas para proteger nuestra salud y la de nuestra familia, explicando y demostrando porque consideramos que esos niveles, que la mayoría de las veces estarán dentro de los elevados límites legales, pueden perjudicarnos.

Soluciones colectivas (legislativas)
Cuando los ciudadanos se sienten perjudicados, los recursos individuales son muy importantes, porque ponen de manifiesto la existencia de un problema, y abren brechas que demuestran que la regulación actual no se corresponde con la realidad y que choca con otros derechos fundamentales.

Pero además de actuar de forma individual, y de acudir a los Tribunales, es muy importante actuar también de forma colectiva, y solicitar al Estado, a las Comunidades Autónomas, a los Ayuntamientos, que regulen la ubicación de las estaciones base de telefonía móvil de forma adecuada y aplicando criterios de precaución.

Ni las operadoras, ni los poderes públicos pueden actuar enfrentándose a los ciudadanos. Por muy necesaria que estimen que pueda ser la telefonía móvil, no pueden obligar a los ciudadanos a vivir al lado de unas instalaciones que les producen miedo.

Y una de dos, o convencen a los ciudadanos de que no pasa nada, algo que hoy por hoy es bastante complicado, además de irresponsable, o regulan de una forma adecuada, y hacen que el ciudadano se sienta seguro e informado.

¿Quiénes son competentes para regular?
En el ejercicio de sus competencias, el Estado debe regular y establecer “los niveles de emisión radioeléctrica tolerables y que no supongan un peligro para la salud pública”. Esta regulación todavía no existe en nuestro país. Si finalmente se aprueba teniendo en cuenta solamente criterios térmicos (estableciendo por ejemplo los niveles de la Recomendación Europea de 12 de julio de 1999, que son los que en la práctica suelen aplicar las compañías), vamos a seguir exactamente con los mismos problemas y con los ciudadanos acudiendo a los tribunales por entender que su derecho a la salud no está suficientemente protegido.

En cuanto a Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, son las administraciones competentes para regular el emplazamiento y la ubicación de las estaciones base de telefonía móvil teniendo en cuenta criterios urbanísticos y de planeamiento. En este punto, es interesante ver cómo otros países aplican la “Percepción Pública del Peligro” en su normativa de planeamiento. Así, por ejemplo, en el Reino Unido, los tribunales han declarado que “el miedo y la preocupación genuinos de los ciudadanos, incluso si son irracionales y no están basados en pruebas, es una consideración a tener en cuenta en el planeamiento urbanístico”.

Sin que finalmente podamos olvidar, en el caso de que se produzca algún “roce” de competencias, que estamos ante un tema de salud pública, y que según la Constitución Española, todas las Administraciones públicas (Estado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos…) tienen el deber y la obligación de velar por la salud de sus ciudadanos y establecer medidas preventivas. En la protección de la salud y el medio ambiente las competencias básicas son del Gobierno, pero las competencias de desarrollo y gestión, corresponden a las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, que respetando los mínimos establecidos por el Estado, pueden regular estableciendo medidas más protectoras. Es decir, pueden proteger más, nunca menos de lo que haya establecido el Estado. Y para esto lo ideal sería utilizar las Leyes de Actividades Clasificadas (Reglamento de Actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas) y de Evaluación de Impacto ambiental a la hora de conceder las licencias.

Conclusión
Cuando se les solicita una regulación, y el establecimiento de medidas preventivas, muchas administraciones alegan que es una cuestión de progreso, “que la telefonía móvil sirve para salvar vidas”, y que no pueden interferir en el desarrollo de las redes de telecomunicaciones. Aparentemente, entrarían en conflicto el derecho a la salud de determinadas personas, y el derecho a las telecomunicaciones móviles de la “mayoría”.

Pero no debemos equivocarnos. La regulación y el desarrollo ordenado de las redes de telefonía móvil es algo beneficioso para todos. La adopción de medidas preventivas que protejan la salud de la gente, no tiene porque interferir en el desarrollo de las telecomunicaciones. Existen soluciones técnicas, para compaginar ciencia y salud, y hay países y ciudades que las están aplicando con éxito. Debe fomentarse la investigación en España, para poder encontrar las soluciones técnicas más adecuadas a nuestras ciudades y orografía. Eso si, hay que reconocer que esto puede resultar algo más caro (es más barato instalar una antena en una azotea, que en las afueras de un pueblo o ciudad, donde tienen que instalar un mástil y llevar hasta allí la electricidad. Es más barato no apantallar que apantallar…)* Pero entonces no nos equivoquemos. Ya no estamos hablando de derecho a la salud, frente al desarrollo de la telecomunicaciones. De lo que estamos hablando, al final, y en definitiva, es de salud, frente a dinero. Con una política de prevención, información, y emplazamiento adecuados, la salud y la telefonía móvil, no tienen porque estar enfrentadas.