La plaza de Colmenarejo

Ha terminado una reforma y ha comenzado una polémica. Después de muchos meses de obras, ha quedado vista para sentencia la plaza de Colmenarejo.

Y el fallo popular no parece que vaya a ser favorable. Habrá mucha gente a la que no guste y también la habrá a la que la obra le parezca un acierto. Unos y otros tienen razón, por dispares que puedan ser sus criterios, porque —en contra de lo que dice el refrán— sí hay cosas escritas sobre gustos; hay tanto escrito, que cualquier cosa, por horrenda que pueda parecernos, tiene sus adeptos. Y es justo que así sea.
A mí, personalmente, me parece de muy mal gusto, pero no pienso discutir con nadie sobre si es bonita o fea.

Pero si bien es baladí cuestionar los fundamentos estéticos de la nueva plaza, no sucede lo mismo con otros principios que deben animar cualquier obra pública. Los primeros son totalmente subjetivos mientras que los otros están claramente marcados por normas (municipales, urbanísticas, arquitectónicas, técnicas…) e incluso por algunas leyes de rango comunitario.

Criterios arquitectónicos

La plaza de Colmenarejo era, hasta hace unos meses, uno de los escasos lugares del pueblo en que todavía se podía percibir ese ambiente de pequeño pueblo serrano. Había —y hay— algunos edificios “fuera de lugar”, pero la sensación general era de una plaza añeja, más ligada al Colmenarejo del pasado que al nuevo Colmenarejo de casas modernas y abigarradas. Pero llegaron los arquitectos de la Comunidad de Madrid y diseñaron un entorno más propio de un nuevo barrio periférico de Madrid que de un pueblo serrano con cientos de años a sus espaldas. La elección del adoquín como solado parece acertada. Se trata de un material tradicional, muy resistente y versátil, que filtra bien el agua y permite reparaciones con gran facilidad. Pero muchas de las ventajas del adoquín se han perdido por el diseño del dibujo radial, que ha obligado a realizar infinidad de cortes en ángulos inverosímiles, dejando por doquier piezas tan pequeñas que se levantarán a la primera oportunidad. Pero el error no está en la elección del material sino en el uso que se le ha dado.

Otro punto polémico es la llamada Sala Multiusos (antiguo frontón). Es difícil saber, a priori, qué actividades se van a poder desarrollar en ella a plena satisfacción. No cabe duda de que es original, en su concepción y en la elección de materiales, pero no es originalidad lo que estamos necesitando en Colmenarejo, sino lugares adecuados donde poder desarrollar actividades culturales y de ocio.

Lo que hay justo enfrente de dicha sala no sé como calificarlo porque no sé muy bien lo que es. Da la sensación de que en cualquier momento alguien va a decorarlo con unos pendones y va a aparecer algún personaje del pasado a echarnos una arenga. La escalera que había, daba salida a la plaza, le daba amplitud y perspectiva; con este cierre, el lugar parece más pequeño.

Pero uno de los mayores desaciertos de los arquitectos es haber realizado un diseño de espaldas al uso y tradición de una plaza. Las plazas fueron y son lugares de paseo, encuentro y reunión. Solo la llegada de los coches ha mermado algo esta tradición. Pero con la plaza de Colmenarejo semi o completamente peatonal, se hacían imprescindibles lugares para sentarse y descansar, para disfrutar de esa actividad tan española de “ver pasar la gente”. Los ¿asientos? que han colocado están tan desarraigados como el resto del diseño y solo sirven para transeúntes solitarios o matrimonios mal avenidos. No hay nada que articule el amplio espacio y la sensación no es la de una plaza remodelada sino la de una plaza a medias.

Otro elemento que completa el conjunto es la fuente. Una fuente hay que verla funcionar para juzgarla, y las veces que he pasado por la plaza estaba apagada.

La iluminación es otro de los aspectos desacertados. Se han instalado varias luminarias empotradas en el pavimento. Este tipo de iluminación está pensada para espacios en los que se produce el tránsito de vehículos sin barreras de ningún tipo, por lo que no es posible situar luminarias con pie (farolas, para entendernos) que supondrían un obstáculo para la circulación. Es una iluminación muy deficiente, pero es la única que puede soportar el paso de un automóvil. Pero, en un área peatonal, ¿qué pintan estas luces, que no iluminan el suelo que se pisa y sí deslumbran completamente cuando nos acercamos a ellas? Son, en el mejor de los casos, inútiles y molestas. Pero, eso sí: originales a tope.

Criterios urbanísticos

Bastarían los criterios arquitectónicos mencionados (hay más) para descalificar la labor de la Comunidad de Madrid en este asunto, pero también los hay urbanísticos. Mencionaré solo uno. A cualquiera de nosotros que desee hacerse una casa en Colmenarejo, se le va a exigir respeto a determinadas normas municipales, dictadas para tratar de evitar un pastiche de estilos, materiales y colores. En la práctica, estas normas son bastantes laxas en las urbanizaciones y alrededores y algo más severas en el centro del pueblo, especialmente su plaza, a la que yo, en mi ignorancia, atribuia un cierto carácter de entorno protegido. Pues bien, mientras que la valla de mi chalet, por ejemplo, debe tener una altura mínima y estar realizada o chapada de piedra, en los edificios públicos se puede usar el revestimiento que el arquitecto estime oportuno. Me pregunto qué habría sucedido si la iniciativa de utilizar policarbonato —o lo que sea— la hubiera tenido el propietario de alguno de los edificios particulares de nuestra plaza.

Criterios históricos

Yo llevo viviendo en Colmenarejo seis años, y mentiría si dijese que siento el pueblo como propio. Aquellos que llevan más años en el pueblo y, sobre todo, aquellos que nacieron aquí entenderán mejor lo que voy a decir a continuación. Lo que da carácter a un pueblo, lo que le otorga una personalidad propia, diferente de la de otros pueblos, son aquellas cosas capaces de permanecer a lo largo del tiempo, de mantener encendida la memoria. Son aquellas que pasan de generación a generación, que constituyen el complejo entramado de tradición, memoria histórica, vivencias… todo ello indefectiblemente ligado a un entorno, sin el cual serían simples anécdotas. Y ese entorno que sustenta la esencia de un lugar como Colmenarejo son sus campos, sus callejas, la iglesia, su olma —hoy castaño de Indias—… y su plaza. Cuando un pueblo pierde estas señas de identidad todos perdemos algo. La memoria deja de tener referencias reales, parajes, casas y cosas identificables, y termina por diluirse; y el pueblo pierde su duende. A alguno le parecerá que la plaza sigue siendo básicamente como era antes. Yo creo que no. Aquellos que han diseñado la obra y aquellos que la aprobaron, debieron considerar que el duende de nuestra plaza no merecía demasiado la pena ser conservado, porque en lugar de utilizar elementos y modos de hacer acordes con su espíritu, optaron por sustituir la tradición por innovación, lo viejo por lo moderno, lo venerable y ligado con la memoria de Colmenarejo por cosas llegadas de fuera sin ningún sustento cultural en el pueblo. Confundieron modernidad con “modernez”. Moderno es disponer de unos servicios ejemplares, de una asistencia social adecuada, de una actividad cultural de primer orden, de una decidida política medioambiental; moderno es disponer de espacios recreativos en condiciones, tener aceras por las que poder pasear… Tener una plaza de metacrilato con tres sillas negras y luces en el suelo no es moderno, es simplemente hortera.

A cada cual lo suyo

Se acerca el momento del veredicto (del mío particular, por supuesto). Y va a ser condenatorio. Pero, ¿a quién se condena? En primer lugar, a los arquitectos, por haber diseñado un espacio con criterios exclusivamente estéticos (acertados o desacertados), sin pensar para nada en la utilización ni en la historia ni en el entorno cultural de la plaza. En segundo lugar, a la Comunidad de Madrid, tan ejemplar en algunas cosas y tan poco respetuosa con la tradición de este pueblo y con las leyes de defensa del patrimonio que ella misma promulga. Y en tercer lugar, al equipo de gobierno que dio el visto bueno al desaguisado de los dos anteriores. Todos ellos han sido actores necesarios para la comisión del delito.
Ya se alzarán voces pidiendo una nueva remodelación. La plaza debe quedarse como está hasta que, con el tiempo, su deterioro aconseje una nueva remodelación. No se puede utilizar el dinero público para experimentar: “Ahora gobierno yo y pongo esto; mañana gobiernas tú y lo quitas…” La plaza tiene padres, y estos deben asumir su paternidad, para lo que está bien hecho y para lo que no lo está. Tan bueno como recordar a los que hicieron grandes cosas es no olvidar a los que cometieron tropelías. De lo contrario, corremos el riesgo de caer en los mismos errores.

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