Mantis religiosa

mantis

La mantis es uno de esos animales asombrosos y fascinantes que ha tenido la desgracia de dar a conocer sus costumbres gastronómico-sexuales a un mundo básicamente machista. Algunas especies de mantis, como muchas especies de arañas e incluso algún que otro vertebrado, tiene cierta tendencia a comerse al macho después de la cópula. Esto es todo. Y de aquí hemos sacado una fama de “mujer fatal” e insecto malvado que la persigue a todas partes y produce un escalofrío en aquellos varones que la observan por vez primera:

— “¡Cómo es capaz de una cosa así!
— ¡Qué frialdad la suya, después de una noche de amor…!
— Seguro que la madre de él ya se lo había advertido.
— Si, probablemente… porque el padre… el pobre…
— Y ahora, ¿quién va a pagar el colegio de los niños?

Cogemos las reglas y leyes de nuestro mundo humano y las extrapolamos al reino animal con una facilidad pasmosa. Lo que es bueno para nosotros es bueno para todos; y lo que es malo… Y claro, comerse al padre de sus hijos, al que paga el colegio, eso es imperdonable. Pero, ¿y si sucediera al revés? ¿Y si el macho se comiera a la hembra?

La sabia naturaleza

Esta pregunta se contesta por sí sola: el macho no puede comerse a la hembra después de la cópula porque, sencillamente, la especie desaparecería. De manera que esta “horrible crueldad” no entra en los planes del varón-animal. Ahora bien, se puede merendar a la hembra después de haber parido, o puede comerse a sus hijos, lo que desde un punto de vista ético es muchísimo peor. Y estas cosas sí las hacen los machos de muchas especies. Es corriente que machos solitarios de león acaben con la vida de la prole de una leona, con objeto de lograr que entre de nuevo en celo y pueda ser fertilizada con sus genes. Si lo hace el rey de la selva, figúrese los súbditos. Ejemplos los hay a cientos. De manera que lo dramático de una mantis no es que se meriende al cónyuge, sino que el “merendado” sea un santo varón. Es decir: puro machismo.

La otra cara de la historia

Lo mire como lo mire la cosa no es tan dramática. Para quitarle hierro al asunto, recordaremos que el adjetivo de “religiosa” que se aplica a nuestra mantis, viene de la postura semierguida que suele mantener, con las patas delanteras levantadas y unidas, como si rezara. ¡Y vaya si tiene motivos para rezar por su alma!

La mantis suele comerse al macho después de copular, es cierto; pero solo en determinadas especies y en determinadas circunstancias. Este tentempié garantiza que los embriones podrán desarrollarse sanos sin que su madre tenga que salir a buscarse la vida recién terminado el escarceo amoroso. Desde un punto darwiniano o evolucionista, se trata sin duda de un anacronismo, ya que por muy supermacho que sea el Sr. Mantis, sólo va a poder dejar sus genes en una única prole. Algo distinto a lo que sucede en el resto del reino animal, incluido el humano: si eres guapo, rico y con dinero, es fácil que las chicas saturen tu móvil y, si no tienes cuidado, acabes por dejar descendencia aquí y allá. En el mundo animal esto es todavía más patente.

Sin embargo, la mantis pasa de estas tendencias evolucionistas y entra más de lleno en la psicología conductista:

“Me has hecho tuya —dice la mantis a su macho— y te prefiero antes muerto que de otra”.

Él replica, angustiado:

“Por dios, no pienses sólo en ti; ten presente la supervivencia de la especie; mis genes son de primera y deben llevarlos cuantos más descendientes mejor”

“Tus genes son de primera y por eso de aquí no salen. ¡A merendar!”

Otras formas de canibalismo

Zanjemos este asunto, recordando que en nuestro mundo también hay devoradoras de hombres —aunque pocas—. Más abundantes son las mujeres que te consumen poco a poco (la lentitud en la ingesta permite varias cópulas) y las hay incluso que antes de haber hablado para nada de la cópula, ya te han comido el seso. De manera que dejemos a las mantis con sus costumbres y pasemos a otro tema.

Una vivencia personal

Mi primera experiencia con las mantis fue sobrecogedora y a ella nos vamos a remitir. Ocurrió cierto día de primavera. Estabamos disfrutando con un amigo de un día de descanso en el jardin. Era mediodía, hacía calor y decidimos salir a tomar una cerveza al porche mientras degustabamos el espléndido espectáculo que brindaba un macizo de margaritas gigantes. Cierto ruido extraño se solapaba a la conversación. Un ruido no identificado, mitad aleteo de insecto, mitad crujido. Dejamos de hablar para tratar de determinar origen y naturaleza del sonido. Provenía del grupo de margaritas. Nuestro amigo se acercó, como lo hace el zoom de una cámara de vídeo. Primero enfocó un grupo de flores; el sonido le llevó a una en concreto y en ella localizó una avispa agitando furiosamente sus alas pero sin moverse de la flor. ¿Qué impedía volar a aquel insecto y que era ese otro ruido constante y cercano? Se aproximó aún más y pudo sorprender en su camuflaje a una gran mantis, que sujetaba firmemente entre sus patas delanteras una avispa a la que estaba devorando lentamente, sin prisa, masticando cuidadosamente cada bocado, emitiendo un sonido claramente perceptible de masticación, que se solapaba al zumbido de las alas de la avispa, conformando una melodía aterradora de muerte e impotencia.

En aquel macizo vivían varias mantis; luego conocimos otras especies diferentes y finalmente pasamos del horror a la comprensión. Ahora las tomamos entre nuestros dedos y permitimos que evolucionen por nuestro brazo, nuestra espalda, haciéndonos cosquillas en la oreja como si se tratáse de un jilguero.

Respetemos la biodiversidad

Las mantis son animales perfectamente diseñados para alimentarse de insectos voladores. Su camuflaje es tal que si cierras los ojos por unos instantes después de haberla localizado entre la vegetación, al volver a abrirlos no serás capaz de distinguirla. Por fortuna para ella, suele pasar desapercibida, excepto en ciertas épocas en que necesita buscar pareja. Entonces levanta un torpe vuelo nocturno y busca la luz, como casi todos los insectos. En esos días es fácil tropezar con una, encontrarla junto al farol de la entrada o en el suelo. Tomémosla con cuidado y llevémosla a algún lugar del jardín rico en flores. Allí pasará desapercibida, vivirá su vida —la sexual y la otra— y no nos hará ningún daño; más bien todo lo contrario.

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