No debería ser necesario hablar de la poda, porque no se deberían podar los árboles ornamentales. Pero puesto que, tarde o temprano, caeremos en la tentación de mutilar algún árbol, es mejor que sepamos cómo hacerlo.
Los que conocemos las grandes ciudades estamos tristemente acostumbrados a ver unas podas terroríficas en el arbolado urbano al final de cada invierno. Muchas veces pensamos:
«¡Ya está! Esta vez la han jo… Estos árboles no pueden volver a brotar.»
Pero la vida tiene una fuerza sobrenatural y terminan brotando. Y así, una primavera tras otra. El renacer del árbol parece dar la razón a sus mutiladores, cuando realmente lo único que demuestra es su capacidad para adaptarse a circunstancias adversas.
Los árboles no nos necesitan
Es muy difícil hacer cambiar a la gente de forma de pensar, cuando este pensamiento se basa en criterios subjetivos. Es más sencillo modificar el parecer a quien sustenta una idea sobre la ciencia o la reflexión, que a aquel que se basa en la tradición o en el «siempre se ha hecho así». Y una de las cosas más difíciles de lograr, es cambiar las ideas que, sobre la poda, suelen tener algunas personas. Como sabemos que el tema es peliagudo, nos vamos a limitar a hacer una simple comparación. Si con ella no logramos que cambie de opinión, no lo conseguiremos ni con dinamita.
El ejemplo del Ginkgo biloba
El Ginkgo es un árbol muy antiguo; más que la mayoría. Ha permanecido inmutable desde la era secundaria, la de los dinosaurios. Sus fósiles son idénticos a los ejemplares actuales. Nosotros —el Homo sapiens— llevamos aquí unos cientos de miles de años. Si otorgásemos al Ginkgo una edad «humana» de 40 años, el hombre sería un bebé de apenas mes y medio. Esa es la situación. Nosotros, tiernos bebés, le decimos al árbol hecho y derecho: «Te voy a cortar estas ramitas, ya verás que sano y fuerte te pones»
Parece el colmo de la osadía. Cualquier especie que pensemos en podar lleva en la tierra muchísimos más años que nosotros, ha superado situaciones que al género humano le habrían dejado diezmado o lo habrían aniquilado por completo, han aprendido a defenderse del ataque de insectos, hongos y animales… y todavía nos sentimos capaces de «tutelar su desarrollo».
No hay que engañarse
Si queremos tener un árbol sano y fuerte no hay duda de qué es lo que debemos hacer en cuestión de poda: ¡prácticamente nada!
Ahora bien, podemos desear cambiar o modificar su forma, aún a costa de minar su salud. En el fondo, nos da igual que la encina de nuestro jardín viva 600 años o solamente 300. De manera que someterla a una poda enérgica para que no nos quite luz, puede resultar comprensible siempre que no tratemos de justificarlo diciendo que «es sanísimo para la encina».
A estas podas «necesarias» es a las que nos vamos a referir. Explicaremos cómo hacerlas para, sin renunciar a nuestras necesidades, dañar lo menos posible al árbol, evitando enfermedades que pueden acabar con él antes de tiempo (de nuestro tiempo).
Existe otro tipo de poda encaminada a aumentar la producción de alguna parte concreta del árbol; se realiza en los frutales y su objetivo es aumentar la producción de fruta a costa de acortar la vida del árbol y hacerlo más sensible a las plagas. También se hace de manera secular en algunos árboles el llamado desmoche, una poda enérgica cada pocos años que hace crecer el tronco en grosor, produciendo gran número de ramificaciones cuyo abundante follaje sirve de alimento para el ganado.
De este tipo de podas encaminadas a obtener un beneficio económico no vamos a hablar, aunque el desmoche se siga practicando en nuestro entorno con los pobres fresnos. Camino del polideportivo encontramos algún fresno centenario al que el propio ayuntamiento ha venido sometiendo cada pocos años a mutilaciones innecesarias e incomprensibles.
Objetivo de la poda
Los expertos enumeran una serie de circunstancias en las que se hace aconsejable podar. Son las siguientes:
• Eliminar las ramas secas. Debe hacerse siempre.
• Eliminar las ramas enfermas. Debe hacerse siempre.
• Eliminar las ramas gravemente atacadas por insectos, virus u hongos. Sólo cuando no sea posible o aconsejable tratar la plaga.
• Eliminar las ramas rotas. Debe hacerse siempre.
• Eliminar los restos de ramas y muñones de podas anteriores mal realizadas. Aconsejable.
• Eliminar aquella rama que, siendo más débil, compita directamente con otra por el mismo espacio vital. Aconsejable.
• Eliminar una de las dos ramas que se rocen de manera habitual. Aconsejable, sobre todo en lugares ventosos.
• Aligerar aquella rama con un protagonismo excesivo para el tamaño del árbol. Aconsejable por razones de equilibrio físico del árbol.
Como verán, entre estos motivos no se enuncian razones estéticas, porque un árbol sano al que únicamente se eliminan ramas por los motivos enunciados con anterioridad, será casi siempre un árbol hermoso y equilibrado.
La época de poda
El que más, el que menos, ha escuchado decir a jardineros y «expertos» que la poda debe hacerse en tal o cual época del año. Algunos aducen, incluso, razones. Se da la circunstancia de que en muchas comunidades se transmite de vecino a vecino (o de jardinero a vecino) la conveniencia de hacerlo en tal o cual momento, y es frecuente ver cómo la gran parte de jardines se podan por la misma fecha. En otras ocasiones se imitan los usos del municipio, y se poda cuando lo hace el ayuntamiento. Pues bien: en contra de todo lo que haya podido escuchar, leer y ver, no existe una época netamente mejor que otra para podar. Se puede hacer en verano, otoño, invierno y primavera sin que afecte más o menos al árbol (siempre que se haga bien).
Hay algunas excepciones, naturalmente. Los árboles muy sensibles a infecciones y ataques por hongos no deben podarse en aquellas épocas en que dicha enfermedad está en su apogeo. Por ejemplo, los olmos no deben podarse en épocas húmedas porque será más fácil que les ataque el hongo de la grafiosis. Es preferible hacerlo en verano. Las coníferas que se poden en primavera y verano llegan a soltar gran cantidad de resina, que puede ser antiestética e incluso manchar la ropa de los niños que jueguen junto a ellas. Hay otras especies de hoja caduca que también sangran mucho, como los abedules, arces y nogales. Su poda debe hacerse en épocas de reposo para evitar la suciedad que provoca la savia resbalando por el tronco.
Pero para la inmensa mayoría de especies, hay argumentos a favor y en contra para acometer la poda en cualquier estación. Haremos sólo ciertas observaciones que pueden ser de interés para decidir cuándo podar.
• La poda en primavera se considera como muy dañina, por la facilidad del árbol para sangrar. Salvo las excepciones mencionadas, esta afirmación carece de base científica. Deben evitarse los días que rodean al momento de despliegue de las hojas.
• En verano, el peso de las ramas puede dificultar la poda. Por otro lado, tener el follaje perfectamente desarrollado permite elegir con más criterio las ramas a eliminar.
• Otoño, época favorita de muchos ayuntamientos y particulares, es la época en que los hongos causantes de la pudrición esparcen sus esporas, facilitando el arraigo de la enfermedad. Recientes observaciones demuestran que las heridas producidas en el árbol durante el otoño cicatrizan con mayor dificultad que las producidas en primavera o verano.
• En invierno es más difícil diferenciar las ramas enfermas y aquéllas que implican un desequilibrio importante para el árbol.
• El desmoche (eliminación de la totalidad de ramas del árbol) debe hacerse en otoño o principios del invierno, para que el árbol tenga tiempo de recuperarse y disponer en primavera de un mínimo de follaje que evite que se abrase con el sol veraniego.
Técnicas de poda
Las ramas deben cortarse casi a ras del tronco, pero dejando el ensanchamiento que existe justo en su unión con él. Esta zona contiene substancias que evitan el contagio por hongos (el problema principal de una herida abierta). Tampoco debe dejarse un muñón, muy susceptible de sufrir infecciones. Si la rama es muy pesada, se corre el riesgo de provocar un desgarro que desgaje parte de la corteza. Esto sería un desastre que debe evitarse. Para ello, se procede realizando un primer corte por la parte inferior de la rama, alejado unos centímetros del tronco. Este corte permite desprenderse del grueso de la rama sin desgarro. A continuación se procede a podar el muñón por el lugar adecuado.
Si lo que deseamos es reducir la longitud de una rama sin eliminarla del todo, deberemos realizar el corte inmediatamente después del nacimiento de una rama lateral, sin apurar demasiado y sin dejar muñón, con un corte apaisado. De esta manera toda la fuerza de la rama se dirige hacia la rama lateral, evitando la proliferación de infinidad de delgadas ramitas a partir del muñón, y dando continuidad al árbol. Deben elegirse para este fin ramas laterales que broten hacia arriba en lugar de hacia abajo (mucho más propensas a romperse en el futuro).
Aclaramiento
El aclaramiento es siempre preferible a la poda completa de la rama. El aclaramiento persigue liberar a la rama de buena parte de sus ramificaciones pero respetando la guía. El aclaramiento permite que los brotes de primavera se repartan a lo largo de toda la rama en vez de concentrarse al final de la rama amputada. El resultado es mucho más atractivo y estético. El aclaramiento debe hacerse de manera homogénea, realizando podas pequeñas a lo largo de toda la copa, en vez de pocos cortes pero enérgicos. Es más laborioso, pero el resultado es mucho mejor.
Detención del crecimiento
Es bastante frecuente, sobre todo en jardines pequeños, que el propietario manifieste el deseo de que tal o cual árbol deje de crecer en altura y comience a ensanchar su copa. Este deseo (casi siempre ligado a la «necesidad» de sombra) implica obligar al árbol a dejar de crecer en altura para hacerlo en anchura. Para ello, es necesario en primer lugar que el árbol lo permita. Hay especies cuya tendencia es ganar altura, y cualquier intento de evitarlo sólo retrasará momentáneamente su deseo genético de hacerlo. Otros, en cambio, se adaptan bien a este propósito. En este tipo de poda, deben eliminarse las guías de todas aquellas ramas que asciendan verticalmente. El corte debe hacerse, como siempre, inmediatamente después de una rama lateral y de manera oblicua. Este tipo de podas debe hacerse con prudencia, quizás a lo largo de dos o tres temporadas y nunca de golpe, pues se pone en grave riesgo la vida y salud del árbol.
Restañando heridas
Es conveniente matizar algunos aspectos de la cura de heridas. Aunque parezca mentira, una herida mal curada es más susceptible de infectarse que otra sin cura alguna. Y la razón es que en muchas ocasiones se aplica una gruesa capa de producto, que al secar se agrieta, permitiendo el paso de hongos que quedan protegidos del sol y el aire (los peores enemigos de los hongos). De esta manera, la infección se extiende rápidamente por el árbol. Ante esto, es preferible no utilizar producto alguno. Pero si se utiliza (su utilidad real no está demostrada), debe hacerse en una capa muy fina y en disolución, para que penetre en la madera sin la posibilidad de agrietamiento. Son adecuados tapaporos, plaste de carrocero en disolución, minio…y, ¡cómo no!, productos específicos. Pero con diferencia, lo mejor para evitar que las heridas de la poda se infecten es hacerla adecuadamente.
Últimos descubrimientos científicos
Los últimos descubrimientos en este terreno —expuestos por Kenneth Allen, en su libro Poda de árboles ornamentales (CSIC)— echan por tierra ideas ancestrales trasmitidas de generación en generación por jardineros, expertos y botánicos. Enunciamos algunas:
1. Siempre se ha dicho que durante el trasplante, debe eliminarse una parte aérea de la planta para adecuarla a la parte de raíz existente. Así, se suele hacer una poda drástica de aquellos ejemplares maduros que van a ser trasplantados. Tal práctica parece menos trascendente de lo que se pensaba. Pero lo verdaderamente interesante es que se ha descubierto que ciertas hormonas esenciales para el desarrollo de las raíces se forman en las yemas de crecimiento de los árboles. De esta manera, si eliminamos estas yemas estamos privando al árbol de dichas hormonas. Se recomienda, pues, reducir severamente la poda en los árboles jóvenes que son trasplantados, dejando intacta la yema terminal y cuantas sea posible.
2. Se ha demostrado (Harris, 1983) que un árbol joven que se le permite moverse libremente por efecto del viento, desarrollará un tronco más grueso y resistente que aquel otro que se entutora rígidamente. Por tanto, se recomienda no atar ni colocar guías en los árboles; y si es absolutamente necesario, hacerlo mediante dos o tres postes separados del tronco y sujetos a él mediante elementos elásticos que permitan un buen grado de movimiento. Esta práctica ya la realizan los departamentos de jardinería de algunos ayuntamientos.
Estas investigaciones, además de aportar conocimientos de gran utilidad, ponen de manifiesto algo que por obvio a veces se olvida: Una práctica, por el simple hecho de haberse realizado «toda la vida», no adquiere naturaleza de «cosa bien hecha».
Las coníferas y la poda
La mayor parte de coníferas soportan bien la poda. Pero, esto no quiere decir que deban podarse. Si exceptuamos el grupo de los pinos, el crecimiento cónico de la mayor parte de ellas no es una casualidad: responde a necesidades de insolación y de equilibrio estático de su masa, la mayor dentro del reino vegetal. Casi todas ellas, en su ambiente original, son verdaderos gigantes, que superan ampliamente en biomasa a los árboles de hoja caduca. Su ancha base les da estabilidad y les permite el crecimiento en altura, hasta cotas de cien metros y aún más en algunas especies. Estos árboles no deben nunca podarse (piceas, abetos, cedros, douglasias, sequoyas, cipreses, tsugas, tuyas, etc.).
Otra cosa muy diferente es cuando se utilizan como seto. Esta aplicación obliga al árbol a adoptar formas cuadrangulares adecuadas para su función; y lo hacen muy bien.
Confiemos en la madre Naturaleza
El ya mencionado Kenneth Allen, nos recuerda que los árboles no están ahí por casualidad, sino por méritos propios. Vamos a terminar este artículo como empezamos: haciendo un canto a la capacidad de esos seres vivos cuya belleza y poder se ha fraguado a lo largo de millones de años de evolución, durante la mayor parte de los cuales nosotros no estábamos para «protegerlos». Dejémoslos, pues, que hagan su trabajo. Nuestra intervención casi siempre será para mal.
Decálogo del árbol
1. La forma natural de crecimiento no es casual. Responde a las necesidades de la especie.
2. La corteza del árbol es su protección ante el exterior. Debe siempre respetarse.
3. Si deseamos un tipo determinado de crecimiento, deberemos escoger una especie que lo dé de manera natural, antes que tratar de modificar su naturaleza.
4. Las heridas de poda se cierran mejor en las zonas donde fluye la savia con más fuerza.
5. El cuello de las ramas constituye un mecanismo del árbol para deshacerse de las ramas secas. La poda nunca debe eliminar este cuello.
6. El árbol desarrolla sus propias medidas contra la pudrición provocada por las heridas en su corteza. Los tejidos que el ejemplar desarrolle alrededor de esta herida constituyen la mejor defensa y no deben nunca ser eliminadas con la excusa de realizar un tratamiento curativo.
7. Un jardín con las especies predominantes en la zona no será nunca un jardín exótico y original, pero será siempre un jardín próspero y sano.
8. Debemos aceptar el árbol tal y como es.
9. Alterar gravemente el modo de crecimiento de un árbol dará un ejemplar delicado al que deberemos dar cuidados especiales de por vida.
10. El árbol tiene una enorme dignidad que debe ser respetada.
Cada especie de árbol tiene un porte característico, que es el que adquiere cuando crece en óptimas condiciones ambientales y en solitario. El criterio "forma" ha sido tradicionalmente uno de los favoritos de los cultivadores a la hora de desarrollar las especies de jardinería. Un caso muy llamativo lo tenemos en el ciprés, que todos asociamos con un árbol de porte columnar y que, sin embargo, en su origen es un árbol de aspecto globoso, más parecido a una sabina. Miles de años de cultivo selectivo son los responsables de la forma que hoy conocemos.
El corte bueno es el de abajo. La herida cierra antes y el crecimiento posterior permite que se pierda el rastro de la poda, cosa que no sucede en los dos primeros casos. En el tercero, la rama respetada queda muy debilitada por el gran ángulo de corte.
El corte de una rama del tronco principal debe hacerse dando un corte ligeramente oblicuo que deje un muñón mínimo, como muestra la imagen de la derecha. Las otras maneras son incorrectas.
Si queremos aligerar una rama principal, debemos cortar después de una rama lateral de cierta entidad. Al brotar con fuerza por el corte, las nuevas ramas tendrán que competir con la existente, lo que permitirá un crecimiento más equilibrado. Si dejamos un muñón limpio, la proliferación de brotes será tal que la rama parecerá un plumero.
La rama que dejemos cuando procedamos a una poda de aclareo, deberá continuar la dirección de la rama principal, ser proporcional en tamaño y crecer hacia arriba. De lo contrario el árbol perderá naturalidad.
Arriba, la rama original. En el centro, un aclarado correcto, que permitirá crecer al árbol con armonía al tiempo que mantenemos su forma. Abajo, un mal aclarado.
Debe dejarse una pequeña porción de madera bajo la rama que permanece. Esto protege al árbol, impidiendo que el corte afecte en modo alguno el desarrollo de la rama.
El corte de la izquierda, al cicatrizar, formará un anillo de crecimiento de mayor altura en el exterior, quedando la zona del interior (el duramen ya muerto) tal como está. El resultado será una concavidad que retendrá el agua de lluvia favoreciendo la aparición de enfermedades. Por tanto, el corte, debe ser oblicuo.
El sentido natural de crecimiento de las ramas es oblicuo, apuntando hacia arriba y al exterior del árbol. La poda realizada en el dibujo superior dará un aspecto poco natural al árbol. Es preferible eliminar la rama inferior.