Una charca en el jardín: un ecosistema en miniatura

De todos los hábitats que el ser humano ha ido alterando con su desmedido proceso de urbanización, las zonas húmedas (lagunas, charcas, arroyos…) son las más sensibles y las que de una manera más irremediable se están perdiendo.

Durante el pasado siglo, en España, se desecaron numerosos humedales, no solo por el interés que pudiesen tener como tierras de labor, sino también por el riesgo para la salud, aguas no potables, paludismo, etc. Por todo ello, se llegó a extremos intolerables en la actualidad, como el de regalar zonas encharcadas a aquellas personas que fuesen capaces de desecarlas y hacerlas útiles para la agricultura. Con ello se perdieron numerosas lagunas, tablas y humedales que salpicaban la geografía española y que en la mayoría de los casos ya son imposibles de localizar.
Por otro lado, el aumento de las zonas de labor, unido al desarrollo de la maquinaria agrícola disparó el numero de hectáreas cultivadas y, si le añadimos la transformación de zonas de secano en regadío, obtenemos un consumo de agua para la agricultura desorbitado. En muchas zonas, la solución de este problema pasó por la extracción de aguas subterráneas y con ello muchas zonas húmedas perdieron gran parte de su aporte, quedando relegadas a ridículas porciones encharcadas. Recordemos el grave problema que ha sufrido por esta causa uno de los parques nacionales más emblemáticos de la península: las Tablas de Daimiel.

Para finalizar esta retahíla de desgracias, el ser humano encontró en las charcas y lagunas un sitio excepcional para el recreo, con la consiguiente destrucción de vegetación y calidad del agua y en ocasiones, un lugar discreto en el que descargar basuras y escombros.

Solo a finales del siglo pasado, nos dimos cuenta del terrible daño que estábamos infringiendo al medio natural y de la rapidez con la que desaparecían especies de anfibios (el sapo partero ibérico está al borde de la extinción en algunas comunidades) reptiles, moluscos (es el caso de algunas almejas de río), crustáceos, etc.

En la actualidad, consejerías, ayuntamientos, científicos y ecologistas estudian, evalúan y protegen un gran número de estas zonas húmedas pero… ¿Por qué no creamos una en nuestro entorno?

Un estanque para la vida
Queremos proponer una actividad que permita, aunque solo sea de manera puntual, que en nuestra parcela o jardín aparezcan uno de estos magníficos enclaves.

No queremos abordar los datos técnicos de la construcción de charcas y estanques, pero sí los aspectos biológicos y ecológicos y, sobre todo, centrarnos en una superficie de agua de pequeño tamaño que, sin duda, son las más asequibles para nuestro bolsillo y para los jardines más comunes.

Para comenzar debemos elegir el tamaño y la localización. En cuanto a esta última debe ser tal que permita unas horas restringidas de insolación sobre todo en verano, ya que el exceso de luz y calor favorece la propagación de algas filamentosas que pueden llegar a asfixiar literalmente la charca. En cuanto al tamaño, un estanque de las dimensiones de una bañera un poco grande, es suficiente para disfrutar de este tipo de ecosistemas y satisface las exigencias de un gran número de especies animales y vegetales.

La profundidad del estanque es un dato a tener en cuenta y nunca debe ser menor, en la zona más profunda, de 50 cm, de otra forma corre el peligro de congelarse por completo en invierno matando a todos los seres vivos que en ella hibernan.

Se puede adquirir un estanque prefabricado de termoplástico, material resistente a raíces y ratones y cuya vida y solidez son ilimitadas, aunque no son fáciles de encajar y sus bordes son demasiado artificiales, dando un aspecto algo frío a la obra. Un método alternativo y mucho más agradable es el de utilizar fibras de vidrio o placas de arcillas, pero son bastante caros y laboriosos. Por último se pueden utilizar laminas de plástico que se adaptan perfectamente a cualquier forma y tamaño y son fáciles de colocar.

Una vez construida la cubeta, debemos tener en cuenta que esté nivelada para que no queden zonas de obra sin sumergir, para a continuación añadir el sustrato. Recordemos que estamos intentando reconstruir un delicado ecosistema que no puede crecer de la noche a la mañana sobre el plástico o el cemento del fondo.
El mejor sustrato es la gravilla, que se extiende uniformente por el fondo. Aunque al principio los bordes quedan sin cubrir, poco a poco se formará una capa delgada de limo que los irá cubriendo.

Llegan los primeros inquilinos
Ya tenemos el estanque en nuestro jardín. Es el momento de tener paciencia, ya que sin darnos cuenta los animales irán acercándose y colonizándolo. Seguramente las aves sean las primeras en visitarlo para beber y bañarse; puede que al principio solo sean los abundantes gorriones los que lleguen hasta la charca, pero pronto descubriremos a los mirlos, los herrerillos, carboneros, petirrojos, urracas, currucas, verdecillos y jilgueros, por citar algunos de los más comunes. Colocar un comedero de aves en las cercanías de la charca es una forma más de atraer a los pájaros.
Si nos tumbamos en el borde del estanque podremos observar al cabo de unos días la presencia de numerosos invertebrados, principalmente insectos, como los escarabajos acuáticos, las chinches de agua, los zapateros o larvas de insectos cuyos huevos fueron puestos por sus madres al poco tiempo de terminar la charca, como es el caso de las efímeras o cachipollas, las libélulas, etc.

Otros animales parecen introducirse por arte de magia, como ocurre con los caracoles acuáticos. Sus huevos suelen llegar en plantas que hemos introducido en la charca o incluso pegados en las patas de algunos pájaros, al igual que ocurre con las pulgas de agua y los ácaros acuáticos.

Las especies vegetales lo tienen más difícil, pero son uno de los grupos más importantes a la hora de conseguir el equilibrio del estanque. Pensemos que ninguna charca puede considerarse madura si no existen vegetales que se desarrollen en su interior o en las orillas, permitiendo así el asentamiento de los distintos grupos animales.
Para poblar de plantas el estanque podemos optar por dos métodos. Por un lado, podemos adquirir numerosas especies acuáticas en tiendas especializadas de jardinería, pero es mucho más entretenido el recolectar algunos especímenes en zonas húmedas cercanas a nuestra localidad, pero ¡ojo!, no estamos animando a esquilmar las charcas cercanas, en la mayoría de los casos un par de esquejes con raíces son suficientes para comenzar la colonización de nuestro estanque. Si conocemos a otras personas que posean estanques, podemos intercambiar plantas cuando las que tenemos crezcan demasiado, con lo que aumentaremos la variedad vegetal. Además, con estos métodos, nos llevaremos grandes sorpresas, ya que junto con las plantas de arroyos y estanques, estamos introduciendo también en nuestra charca nuevos inquilinos que, de otra manera, difícilmente llegarían al jardín.

Hay que tener en cuenta que la charca necesita algunos cuidados desde el punto de vista botánico. Estos se refieren principalmente al control del crecimiento de las plantas. Es conveniente evitar un desarrollo desmesurado de una especie, ya que se puede adueñar de toda la superficie. Esto ocurre especialmente con la lenteja de agua, plantita de superficie de multiplicación muy veloz que llega a asfixiar al resto de las plantas.

Los nenúfares, los juncos, los ranúnculos y los lirios son plantas muy abundantes y sencillas de mantener, siendo las más apropiadas para nuestro estanque.

Hay un grupo animal que puede sentirse como el rey de la charca, nos referimos a los anfibios. Las ranas, sapos y tritones serían el último obsequio de la Naturaleza al estanque, aunque no debemos caer en la tentación de recolectarlos en charcas o arroyos cercanos ya que está totalmente prohibido capturar cualquier especie de anfibio en nuestro país. Pero, en muchas ocasiones, si el estanque contiene suficiente vegetación y alimento para los anfibios y sus larvas (los renacuajos) aparecen de forma natural y colonizan nuestro pequeño ecosistema.

Lo más lógico es que sean la rana común, el sapo corredor y el tritón jaspeado los que aparezcan en los estanques, ya que son los más comunes en nuestro municipio.

Para finalizar el recorrido por la vida del estanque, es necesario advertir sobre algunas especies de “adorno” muy utilizadas en la instalación de las charcas. Los peces de colores, carpines, etc, que pueden adquirirse en tiendas de animales no son, en muchos casos, compatibles con charcas de pequeño tamaño, ya que son especies muy voraces y acaban con las puestas de huevos de insectos y anfibios y, además, remueven mucho el fondo dando un aspecto nada agradable a la charca.

Tampoco recomendamos introducir las famosas tortugas de Florida, tan simpáticas y vistosas de pequeñas, pero que alcanzan un tamaño impresionante de adultas. Son animales muy voraces y atacan a cualquier animal de la charca (ranas, tritones, caracoles, renacuajos, etc). Además, en muchas ocasiones cansados de encontrar vegetales arrancados y aguas llenas de fango por la actividad de estos reptiles, sus dueños terminan soltándolas en un río o arroyo cercano, con lo que el problema ecológico se acrecienta aún más, ya que estamos asistiendo a la aparición de poblaciones estables de estas tortugas en muchas zonas húmedas de la Península, en detrimento de las poblaciones autóctonas.

Poco más de un año después de la construcción nuestro estanque, éste puede estar equilibrado y lleno de vida, es el momento de que los peques de la casa disfruten de su observación. Podemos introducir un bote entre la vegetación y con una pequeña lupa ir descubriendo a los niños las pulgas de agua, los caracoles o incluso las Hydras, pequeños parientes de los corales que viven en aguas dulces. Podrán seguir el desarrollo de los renacuajos y la salida del agua de las libélulas y efémeras, escuchar el canto de las ranas o sorprenderse con la impresionante floración de los nenúfares, cosas que nunca podrían hacer en un piso de una gran ciudad.

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