Desde un rincón oscuro y difuso de la estancia, unos pasos denotaron la presencia odiada. El azogue mudo de los espejos y el olor azufrado, mezclados con el hedor de materia en descomposición no dejaban lugar a la duda. La sombra se disipó lentamente y ante nuestra aterrorizada mirada, él, Nosferatu, se mostró en toda su fealdad. Abrió su capa, tomó la forma del vampiro y alzó el vuelo, dejando atrás el castillo y nuestra inocencia perdida
— Pues, empezamos bien. Por esta sección de la web han pasado ratas asquerosas —(la simpática musaraña)—, batracios venenosos —(el inofensivo sapo)—, reptiles coaguladores —(la tímida salamanquesa—)… pero hasta ahora todos eran hijos de Dios. Lo de este número es, en verdad, muy fuerte. Con esas cosas no se juega, oiga; porque todo el mundo sabe, hasta los naturales de los montes Cárpatos, que los murciélagos son algo más que simples… bichitos.
Sí, son mucho más que simples bichitos. De lo que no estamos seguros es de que todo el mundo sepa el porqué. Nos parece que usted se está refiriendo a otra cosa.
—Me estoy refiriendo a lo que me estoy refiriendo, no se haga el tonto. Y deje de hablar en plural. ¡Ni que fuera el obispo de Roma!
Creemos —creo— que está usted buscando un componente sobrenatural a nuestro (mi) amigo de este mes. Un murciélago no es un vampiro.
—¡Ni lo mente! No todos los murciélagos serán vampiros, pero ¿cómo distingo yo a los que sí lo son? ¿Pongo el cuello para ver cuáles se relamen y cuáles pasan de largo? ¡Venga ya! Les meto a todos en el mismo saco y cuando venga el Nosferatus ese le atizo con el bastón, como al resto. Y lo siento mucho si caen justos por pecadores. La vida es muy dura, señor mío.
En fin, creemos (creo) que no debería usted leernos tanto; al menos por la noche deje el ordenador y relájese con algo del Deuteronomio. ¡Pero no se vaya, hombre, que vamos a contarle algunas cosas del murciélago! ¡Vaya! Se ha marchado.
A pesar de la oposición de este señor, a pesar de que nuestro animalito trasciende lo humano y se sumerge en las tinieblas de lo sobrenatural, a pesar de que para la mayoría de ustedes es sólo una presencia tenebrosa en las noches de acetato rancio de La 2, vamos a hablar del murciélago.
Una evolución drástica
Como ustedes saben, el murciélago —Murci, desde ahora— es un mamífero, como usted y como yo.
—¡Quieto ahí!, que yo todavía estoy vivito y coleando; no me compare con “eso”.
En algún momento de la prehistoria —se cree que en el Cretácico— se desgajó una rama de los mamíferos insectívoros que dio lugar a los quirópteros (nombre científico de nuestros amigos de esta ocasión). Pero lo fantástico del murciélago, lo que le hace verdaderamente especial, es que su diferenciación y su posterior evolución ha sido drástica, tajante, como pocos ejemplos existen en la zoología. Quizá junto a los cetáceos (ballenas, delfines, y otros animales que gozan del unánime favor popular) han protagonizado el viaje más fantástico a través de la evolución. Si los cetáceos, que acabamos de nombrar, abandonaron la tierra y se adentraron en las aguas, nuestros amigos desafiaron la gravedad y se erigieron en sorprendentes y magníficos seres voladores. Pero, mientras el simpático delfín o la majestuosa ballena tienen un señor cerebro, capaz de millones de sinapsis, combinaciones, mutaciones, elaboraciones y evoluciones, el murciélago es un pequeñísimo animal que raramente sobrepasa los 30 gramos y que en muchas especies no llega a 6. Es, en definitiva, una antiquísima musaraña con alas, un radar, gran inteligencia y una exquisita sensibilidad para organizar su vida social.
El camino que nuestro Murci tuvo que seguir para llegar a ser lo que es hoy fue notable. Primeramente modificó profundamente su esqueleto, con un desarrollo espectacular de sus dedos. También agrandó las membranas interdigitales hasta lograr unas finísimas y resistentes alas. Pero eso no era suficiente. Por aquellos tiempos ya surcaban el cielo las herederas del imperio reptil: las aves. Y competir contra ellas era tarea compleja. Ellas volaban mejor, sabían planear muy bien, y la inmensa mayoría se alimentaban de insectos, como nuestro murciélago… eso sin contar a las que se alimentaban de murciélagos. Ante este complicado panorama, ¿qué hacer? Pues salir de noche, como hacía la musaraña. Si eres feo, pequeño, no vuelas muy bien pero eres listo, duerme de día; y de noche, que todo está repleto de insectos nocturnos que nadie molesta, te puedes poner ciego a comer. Y eso fue lo que hizo Murci, ocupar un nicho ecológico —vaya expresión más desafortunada— por el que pocos se interesaban.
La puesta a punto final
Necesitó un par de ajustes más para tener la máquina a punto. Moviéndose en la oscuridad, los ojos pueden evolucionar y ser tan eficientes como los del gato, pero para distinguir en vuelo un coleóptero de 5 mm no hay evolución ocular que valga. El gato es capaz de optimizar la luz lunar o residual y ver 10 veces más de lo que vemos nosotros. Pero de ahí a distinguir y cazar en vuelo un mosquito nocturno que evoluciona anárquicamente hay un abismo. ¿Cómo cruzarlo? Pues de manera análoga a como lo hicieron sus hermanos que optaron por el medio acuático. Delfines y ballenas eligieron el sonar; Murci eligió su versión de superficie: el radar.
Para Murci fue más complejo, porque no es lo mismo saber por donde andas cuando nadas a 20 kilómetros a la hora y con cambios ligeros de dirección, a volar al doble de velocidad, con el estruendo del batir de tus propias alas, y con movimientos impredecibles y giros vertiginosos de ciento ochenta grados. Y si encima tienen que cazar un insecto en vuelo… ¡es para nota!
La aviónica de a bordo
El murciélago hace todo eso. Emite ultrasonidos a través de su boca (en algunas especies a través de la nariz) y con los ecos dibuja un mapa tridimensional tan perfecto que es capaz de desenvolverse en una habitación surcada de finos cables sin ni siquiera rozar un ala (experimento real). Hay especies arbóreas en las que toda la vida transcurre entre ramas, hojas y troncos de una selva. ¡Y no suelen tropezar! Lógicamente, el bueno de Murci no ve muy bien con los ojos.
Vida social
Cuando llega el invierno, Murci se refugia en una casa abandonada o una cueva y allí conoce a bastantes chicos. Tiene sus escarceos, pero como es una mujer responsable, sabe que sin tomar medidas, su hijito —suele tener uno sólo— nacería en pleno invierno y moriría de frío. Para evitarlo, conserva dentro de sí los espermatozoides de su marido y no les da permiso para fecundar su óvulo hasta llegada la primavera. Es entonces cuando nace el pequeño Murcito. Para evitar líos, todas las hembras se ponen de acuerdo y expulsan a los machos de la cueva/casa hasta que los murcitos son grandes. De manera que de primavera a otoño, los murciélagos macho vagan, aburridos, sin el consuelo de un partido de fútbol o un buen bar de copas. ¡Vaya vida!
Los creadores de la ciudad-dormitorio
Todos estos acontecimientos los llevan a cabo en enormes colonias, que pueden sobrepasar el millón de individuos. Durante el día, cada Murci cuida y amamanta (sí señores, amamanta) a su pequeño, pero al llegar la noche, necesitan comer y salen a dar un garbeo. Es entonces cuando entra en funcionamiento la guardería colectiva: cada madre da de comer al bebé que se le acerca, sea o no el suyo. Y cuando llega el día y todos vuelven a la cueva, cada madre encuentra a su hijo. ¿Cómo? Es a la salida del colegio y tenemos dificultades para distinguir a nuestros hijos, imagínese entre 500.000 mil niños todos más o menos iguales.
Estas colonias de Murcis, hacen palidecer a nuestras ciudades-dormitorio. Y, sin embargo, no hay atascos a la salida; ni problemas de guardería; ni niños abandonados…
La oveja negra
No podemos dar por terminado este artículo, sin referirnos al primo de suramérica que tanto mal ha hecho al bueno de Murci. Sí, nos estamos refiriendo al vampiro. A nivel mundial, el 90% de las especies de murciélago es insectívora, el 9,9% comen fruta y un 0,1%… chupan sangre; un porcentaje menor que el que representan los ejecutivos de banca. Bromas aparte, incluso este 0,1% de auténticos vampiros son un ejemplo de dulzura. Su beso succionador es el más suave, cálido y reconfortante de los besos. No se conforman con inocular un analgésico que evita todo dolor a su víctima, sino que aplican un anticoagulante para poder darse prisa en tomar su dósis y hacer más liviano el papel de zombi. Hay que aclarar que estos vampiros no muerden pálidas doncellas sino vacas, y que no desangran a sus víctimas, sino que chupan sólo aquello que necesitan —que es muy poco— y que no afecta a la vitalidad del ganado. De hecho, la vaca en cuestión ni se entera; es mucho peor caer en las fauces de una mosca cojonera que en los suaves brazos de un murciélago vampiro suramericano. ¡Y, encima, con ese acento embriagador…!
Comments
muy buena descripción de la causalidad en la evolución de murci
Aunque para mi le sobra la primera parte, me parece que el artículo bosqueja perfectamente gran parte de la solución del misterio de la evolución del muriciélago. Hoy en día este animal sirve de triste referencia a los creacionistas para «argumentar» a favor del designio inteligente contra la selección natural. Sin embargo, lo que subyace en el artículo, la competencia con las aves, partiendo de las musarañas (tres especies nocturnas utilizan ecosonidos para comunicarse), y la absoluta necesidad de poder seleccionar este nicho antes que ellas, bosquejan una posible solución al enigma de por qué no fué un ave, sino un mamífero semi-preparado, el que colonizó el nicho de los insectos nocturnos. Sería precisamente esto, estar colocado en la línea de salida en ventaja frente a las aves por los ecosonidos, lo que hizo mejorar, probablemente en paralelo, el vuelo y el radar a esas musarañas originales sin que las aves pudieran evolucionar tan rápido.
El misterio de la falta de fósiles, posiblemente porque los restos quedan atrapados en troncos o cuevas, se irá desvelando sin duda en el futuro.